Más cultura, más local y más global
La cultura tiene su principio y fin en la imaginación y creatividad de las personas y, aunque parezca obvio, a la hora de diseñar políticas culturales y políticas económicas de promoción comercial cabe tenerlo bien en cuenta
“El logo de la marca país es hoy lo que eran el escudo y la bandera en el siglo XIX, el marketing reemplazó a la historia”, tuiteaba Roberto Laserna esta semana.
Son signos de los tiempos, aunque no los veo del todo apocalípticos. El capitalismo y, sobre todo, el internet ha llevado, paradójicamente, a una mayor democratización en el acceso al disfrute cultural y a la conexión de nichos o tribus que no se vinculaban. Ello genera mayor participación que antaño y más diversa. Lo negativo –no menor– es que esta nueva situación ha traído también una aburrida homogeneización y una latente exclusión a quienes no tienen acceso a las nuevas tecnologías.
Las ciudades han sido los principales laboratorios de estas transformaciones sociales. La plaza pública ya no queda debajo de la catedral, sino que su función la ha tomado el centro comercial. Los anuncios desde la Piazza San Pietro en Navidad, o aquellos enunciados por el mallku de la comunidad, han cedido su cetro a festivales como Lolapalooza. El púlpito ha sido sustituido por debates televisivos y la mesa de mezclas de los DJs. Las encíclicas papales fueron reemplazadas por contenidos de youtubers, y los profetas por consultores, productores y “personal trainers”. Donde había catedrales ahora hay museos grandilocuentes y estadios-escultura. La sacristía ahora es la televisión y nuestros confesionarios Snapchat e Instagram.
Quienes dictan el canon cultural ya no son el clero y el emperador, sino el mercado, que está formado por individuos finalmente, aunque éste esté frecuentemente manipulado por sus resultados económicos. Sin duda sus fallos merecen importantes correcciones. Aun así, la autonomía de la persona, en aras de libertad, ahora es más extensiva.
A mí me alegra que las aguas nacionalistas se diluyan y sean sustituidas por atributos culturales que el individuo pueda escoger, pero cuando estos son genuinos y parten desde un núcleo social. No me preocupa que se busque fortalecer a la cultura como una industria, sí me preocupa que en el proceso se deje de lado al individuo, a sus comunidades y a los usos. El contrapeso a las corrientes homogeneizadoras debe ser apuntalado desde lo local, y ello demanda mecanismos más fuertes de participación barrial, del estímulo del tejido asociativo y de fortalecer lo municipal; las fuerzas de la sociedad civil, en suma.
La cultura tiene su principio y fin en la imaginación y creatividad de las personas y, aunque parezca obvio, a la hora de diseñar políticas culturales y económicas cabe tenerlo bien en cuenta, para que no busquemos imitar campañas foráneas porque sí, sino marcar la pauta desde la riqueza de lo propio.
El autor es gestor cultural
@fadriquei
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