Combatirla
En una reciente conversación un ilustrado amigo explicaba porque se les dio el título de honorables a las autoridades municipales, y según él viene de que su servicio a la colectividad era gratuito con la obligación de hipotecar sus bienes para garantizar que los recursos públicos a su cargo serían bien invertidos. Muy bien ganada la condición de honorables.
En la actualidad los servidores públicos, en cualquiera de los niveles de gobierno, no tienen esa obligación y muchos consideran que por haber invertido recursos en la campaña electoral gozan del derecho de recuperarlos, a costa de la mala calidad de las obras estatales que la sufrimos todos y en muchos casos el mal servicio de los privados.
Desde algunos años atrás, no es patrimonio de esta gestión gubernamental, escuchamos que se combatirá la corrupción, que no habrá actos dolosos durante el mandato que le otorga el pueblo. Pero la realidad es que el asalto a los bienes de todos disfruta de salud a prueba de fiscales y de la Contraloría.
Para nadie es noticia que muchos empresarios deben pagar un porcentaje para adjudicarse obras estatales. En los años pasados se decía que era del 3% del coste total de la obra, luego pasó al 5 que subió al 20 y desde que predomina el color azul se dice que llegó al 30%, por lo menos en esta parte del país donde vivo (Beni) y durante los primeros años. No se puede comprobar porque no hay recibo ni denuncia. Alguno que otro comenta que le piden un porcentaje de su salario con el justificativo de que se debe financiar los gastos del partido. Lo hemos escuchado en los diferentes gobiernos que hemos vivido desde la recuperación de la democracia.
Desde el llano las voces de los ciudadanos, de todos nosotros, son de condena a la corrupción. Mas cuando toca el momento poco hacemos para combatirla. Lo grave es que hacemos demasiado para fortalecerla. Y no digo que somos malos, pero la presión quizás obliga a no nadar contra la corriente. Claro, los otros se protegen como un solo cuerpo. El buen ciudadano queda como un tonto, bueno, pero burro.
La corrupción no viene con la posesión de una autoridad. Ya está presente en la vida y se la va incubando desde los pequeños retos a la institucionalidad. Cuando le damos un vehículo a un menor de edad le estamos diciendo que puede infringir la norma. Cuando le damos una propina al policía para que deje libre al conductor y al motorizado estamos abonando la corrupción.
También cuando distraídos dejamos un billete entre los papeles que introducimos para un trámite, estamos dejando nuestra aceptación a los malos hábitos. Es que sino no avanza, nos justificamos.
La corrupción ha crecido. Es que hay más dinero, justifican. No, es porque los valores han perdido su esencia, su motivo de ser. Lo importante es tener antes que ser. Y nos gusta estar con el tener, le sonreímos al que tiene aunque no lo pueda justificar.
La corrupción va seguir creciendo en la medida que abandonemos lo que los honorables de antaño pusieron en alto: el valor de la honestidad y la palabra empeñada. No se acabará por sí sola, la tendremos que combatir desde la casa, desde la escuela. Caso contrario los corruptos serán los amos de este país, con la destrucción de la institucionalidad que rige una sociedad organizada.
Si queremos autoridades honestas debemos practicar el cumplimiento a las leyes, a todas, y para ello debemos asumir que algo hemos hecho mal en estos años. Debemos cambiar y ya, comenzando por el repudio a los corruptos a quienes la cárcel no es suficiente. Lo adecuado es prisión y devolución de lo mal habido.
El autor es periodista
Columnas de JORGE MELGAR RIOJA