Todos Santos
“En los pueblos orgullosos de su epopeya emancipadora, los muertos mandan. En Bolivia parece que los que viven están muertos”
(Marcos Beltrán Ávila)
La festividad de Todos Santos parece que moviliza más gente que el Carnaval y el Año Nuevo. El tránsito de la ciudad al campo o viceversa, más la romería a los cementerios en las capitales, le ponen a esta fecha una tónica especial. Con la complicidad pasiva de los verde-olivos, hasta el costo de los pasajes se cuelga de las nubes. Es noviembre, y se marca agosto en el calendario de los “floteros”. Por algo será.
Por antigua tradición, se espera a las almas con gran devoción. Los que creen que vuelven, incluso sienten la presencia virtual de ellas. Y cuando falta la fe, queda al menos el recuerdo que palpita intensamente. Los poetas suelen no equivocarse. Según Víctor Hugo, “La muerte nos hace invisibles, pero no estamos ausentes”.
Hay almas de hace años y otras que acaban de irse. Es consoladora la fe que redime, siquiera por un momento, de la desesperanza. El dolor es lo que arraiga la memoria. No se puede reemplazar con nada ni con nadie, por eso duele. Es fama que del dolor han salido las creaciones artísticas más perdurables. El Quijote es una narración jocosa en la superficie, pero trágica en el fondo. Y es porque emergió de una situación extrema: esclavo en Argel; cautivo en Sevilla. Cervantes supo lo que duele la privación de la libertad.
La muerte no sólo acongoja, también tiene la virtud de sublimar la ausencia. Minimiza el perfil de la existencia física y exalta la imagen idealizada. No porque no se vea con los ojos, no existe; el misterio es también una realidad. Y claro, no todos creen. Muchos dudan y pueden hacer suyo este epitafio que se lee en un cementerio de España: “Templo de verdad es el que miras; no desoigas la voz con que te advierte, que todo es mentira menos la muerte”.
Esa oposición entre la razón y la fe es antigua. Ya el pueblo griego se planteaba, a través de sus filósofos y artistas, la angustiosa perplejidad. “Quién sabe si la vida es para nosotros una muerte, y la muerte no es una vida”, exclamaba Eurípides. Este pensamiento irónico es del historiador Marcos Beltrán Ávila: “En los pueblos orgullosos de su epopeya emancipadora, los muertos mandan. En Bolivia parece que los que viven están muertos”.
Pero en Todos Santos la fe mística es tan convincente como la razón. Un novelista cuenta que cuando una mujer, tocada con velo negro y llorosa, vencía el umbral de la puerta de un cementerio, escuchó una voz misteriosa que le decía al oído: ¿por qué vienes a buscar entre los muertos a los que aún viven?
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
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