Clientelismo o “neo-pongueaje político”: ¿ineludibles?
Como sostenía Giovanni Sartori, la democracia puede adoptar muchas formas; es siempre perfectible, pero no puede ser “cualquier cosa”. Su construcción y desarrollo implica reconocer y realizar el supremo esfuerzo de erradicar aquellas prácticas que la corrompen o que al menos la distancian de sus bien reconocidas virtudes.
Bolivia no está ajena a la implantación de prácticas que restan calidad y brillo a su todavía joven democracia. Una de ellas es el clientelismo, concepto asociado al reino de la prebenda para asegurar lealtades. Aunque la lógica clientelar no rima con corrupción, bien puede ser su prima hermana al extremo de camuflar frecuentes hechos delictivos.
A partir de la experiencia vivida en las turbulentas aguas de la política, evoco la presión para sumergirse en el mar de demandas clientelares del entorno directo e indirecto como condición para la legitimación de cualquier liderazgo político, hoy también presente en el campo sindical. Ante esta evidencia, resulta ingenua la demanda de mayor “democracia interna” en las Organizaciones Políticas cuya ley se discute en múltiples escenarios. Bajo esta dinámica, difícilmente ganarán los mejores de no contar con habilidades para lubricar la maquinaria de intercambios prebendales al interior de la organización, de sus bases y dirigencia intermedia.
En otras palabras, a la par de desvirtuarse la idea de democracia interna se desdibuja también la posibilidad de consolidar un sistema político fundado en “partidos programáticos”. Mientras se aseguren consignas basadas en principios alineados al “nacionalismo revolucionario” y la oferta de empleo “digno” en torno a la estatolatría tan arraigada en el imaginario popular, la dimensión programática es eclipsada por el carisma y el engranaje que alimenta expectativas prebendales.
La creciente resistencia ciudadana a comprometerse políticamente sea como simpatizante o militante invita a sostener la hipótesis de que el primer acto de intercambio clientelar se consuma a tiempo de reclutar militantes y adherentes bajo la expectativa de “mejores días” a cambio del voto y lealtad a favor de los dirigentes intermedios y de las o los jefazos con mayor opción de acceder al poder.
En un reciente estudio sobre la micropolítica en una localidad del extenso territorio mexicano, Flavia Freidenberg concluye que “no son sólo vínculos programáticos sino que también hay vínculos clientelares en las relaciones políticas, lo que supone “otra forma de representación que se sostiene en las condiciones de marginalidad ( léase pobreza) de la población, en la alta rentabilidad del intercambio clientelar” que convierte la relación entre política y sociedad en la interacción informal de “patrones, intermediarios y clientes”.
Por otra parte, Iván Finot (Página Siete, 23/8/17) plantea que la prebenda institucionalizada explica el subdesarrollo de los pueblos anclados en la cultura política clientelar implantada desde la misma colonia. Según el autor, el “neo-patrimonialismo” asociado al poder político se caracteriza por: 1) el uso de los recursos públicos para fines privados (por ejemplo, legitimación política); 2) el centralismo y la primacía de los vínculos verticales sobre los horizontales, dando lugar al clientelismo, y 3) el personalismo, al concentrar todo el poder en el líder. Al ser el espejo de la dinámica política nacional coincido en la necesidad de impulsar una cruzada para extirpar estas prácticas aparentemente ineludibles.
Pese a la promesa de cambio, 15 años después de “octubre negro” el clientelismo ganó masa muscular, la bonanza sumó kilos de grasa para ser parte consustancial del intercambio político cotidiano. Hoy, el ciclo de su apogeo se confirma a partir del malabarismo reeleccionario inconstitucional implantado por el MAS. Basta para ello analizar el comportamiento de las multitudes (o clientela) movilizadas con este propósito, entender la lógica detrás de la febril actividad presidencial en torno al programa Evo Cumple así como del desprestigiado y ahora reactivado Fondo Indígena. En suma, no será fácil desmantelar los dispositivos que lubrican los vínculos del neo-pongueaje político clientelar ni los incentivos políticos y electorales que los perpetúan.
La autora es psicóloga, cientista política, exparlamentaria
Columnas de ERIKA BROCKMANN QUIROGA