Ciudad Gastronómica: la vida en tiempos de experiencias únicas
El pasado lunes, el patio de la casona de Santiváñez estaba decorado con las formas, colores y aroma de los platos más clásicos de la mesa cochabambina, para que el Alcalde del Gobierno Autónomo Municipal de Cochabamba anunciara algo importante, ante la satisfecha mirada de decenas de periodistas, organizadores de la Feria Internacional de Cochabamba y gente del gremio de la gastronomía cochabambina y nacional. El anuncio consistía en la presentación de Cochabamba en una de las listas de Unesco: la Red de Ciudades Creativas, un grupo de urbes que han decidido colocar las industrias culturales y creativas en el centro de su propuesta de desarrollo económico local, como diferencial de estrategia competitiva.
Pertenecer a esta Red de Ciudades Creativas de Unesco implica principalmente validar internacionalmente algo que los bolivianos sabemos hace tiempo: que nuestra ciudad es de sobra creativa en lo relacionado con la buena mesa. Implica también insertarnos en una red internacional de aprendizaje en la que se comparten métodos y mejores prácticas para fortalecer la industria local. En Cochabamba ya se ha identificado el clúster de la restauración; el siguiente paso es facilitar un ecosistema en el que aquellos microempresarios de la restauración y del turismo puedan alcanzar nuevos públicos y mercados de una forma responsable.
La red cuenta con 180 ciudades en 72 países, y se divide en siete categorías: literatura, cine, gastronomía, diseño, artesanías, música y artes digitales, en un tema, el de las industrias creativas, que se estima que aporta un 6 por ciento al PIB mundial, con casi 30 millones de personas trabajando en ellas globalmente.
Turismo y gastronomía: un asunto de experiencias
Justamente, Naciones Unidas ha designado 2017 como el Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo, porque entienden que se trata de una forma de comercio más justo, inclusivo y que contiene importante cantidad de capital cultural.
Precisamente el turismo en los últimos años ha dejado de ser una cuestión meramente de servicios. No se trata ya de un tema de traslados físicos y de exposición del patrimonio cultural. La mutación que ha experimentado el mercado del turismo abarca dimensiones como un cambio en el acceso al consumo, puesto en evidencia principalmente por parte de los milenials, quienes utilizan menos las agencias de viajes tradicionales, se sirven de mapas virtuales, recomendaciones de pares —en detrimento de intermediarios tradicionales—, y sobre todo de economías de escala que, en su ausencia, hasta este siglo hacían de los precios algo inaccesible.
Algunos de los motores de estos cambios han venido de emprendimientos de lo que se llaman economía colaborativa, siendo el ejemplo paradigmático AirB&B, la cadena hotelera más grande de la historia, que no tiene camas de hotel, sino que enlaza a individuos que ofrecen y demandan alojamiento. El acceso al big data, la posibilidad de internacionalizar las ofertas, la circulación de capitales y la diseminación de mejores prácticas, han transformado radicalmente el sector.
En total, la industria de los viajes y el turismo generó en 2016 7,6 mil millones de dólares (10,2 por ciento del PIB mundial) y 292 millones de empleos, lo que equivale a 1 de cada 10 puestos de trabajo según el World Travel & Tourism Council. El sector representó casi el 30 por ciento del total de las exportaciones mundiales de servicios. Por su parte, el turismo en Bolivia representó aproximadamente un 7,1 por ciento del PIB, y contribuyó con 330.000 empleos entre directos e indirectos. Esta situación y el alza del turismo gastronómico en particular, abre una autopista de posibilidades para la flamante Cochabamba Creativa, pues el cambio más importante de esta época es la búsqueda de experiencias únicas y genuinas, o al menos tener sensación de ello.
Qué retos quedan
Aunque hace muchos años las ferias y mercadillos urbanos funcionan muy bien (San Pedro, Av. América, Cruce Taquiña, por citar los más grandes de la ciudad), se pueden hacer más esfuerzos por regularlos y ordenarlos. Estas ferias que llevan décadas y siglos en nuestras ciudades, se han convertido en los últimos años en un importantísimo recurso de activadores urbanos, a la hora de crear espacios de cohesión en los barrios y de acercar más a los pequeños productores y agricultores, con productos de calidad, a los consumidores que no disponen de tiempo de ir a los mercados de abasto más grandes.
En esa línea, también queda pendiente valorizar aún más la comida local. Si bien nadie duda del liderazgo de los restaurantes y sabores, todavía se puede hacer más porque la gente tome consciencia de la importancia de los productores y sus procesos productivos distintivos. Hay mucho por avanzar en denominaciones de origen protegidas, e inclusive en nuestra autoestima nacional, en relación a los productos originarios. La quinua, uno de nuestros manjares nacionales por antonomasia, han ganado trascendencia en cuanto a exportaciones y relevancia internacional, pero sigue siendo escasamente valorada en el mercado interno.
La nueva moda internacional del “slow food” y la aparición chefs como auténticas superestrellas mundiales, más allá del esnobismo, puede significar un efecto arrastre, toda vez que logremos insertar en circuitos internacionales propuestas propias como la recientemente inaugurada Feria Gastronómica Internacional “Miski”.
Para lograr fortalecer nuestro ecosistema creativo, podemos comenzar por conjugar políticas de estado, y no sólo aquellas que involucren al sector público. Feicobol es un caso de éxito. Se puede hacer mucho más a nivel nacional construyendo una estrategia de diplomacia cultural o poder blando, asunto que en Perú, Corea del Sur y Gran Bretaña llevan varios años haciendo.
Las ciudades creativas deciden serlo, a partir de un atributo reconocido por la mayoría, que en el caso de Cochabamba, estaba fuera de toda discusión, e incluso blindado por decreto supremo desde 2011. El círculo virtuoso de innovación, excelencia en los servicios y patrimonio cultural es algo que definitivamente debemos seguir explorando, sobre todo desde el turismo.
La idea utópica de lograr tener un “centro de alto rendimiento” gastronómico, significa, más allá de la metáfora, agrupar a empresarios, artesanos, personas del sector turístico, universidades, centros de formación y gestores culturales, para crear un ecosistema en el que a unos se les facilite emprender, y a otros —los consumidores— un servicio de calidad accesible, que les ayude a tener una experiencia memorable. El primer paso ya está dado. Brindemos por ello.
Algunos de los motores de estos cambios han venido de emprendimientos de lo que se llama economía colaborativa
Las ciudades creativas deciden serlo a partir de un atributo reconocido por la mayoría, que, en el caso de Cochabamba, es uno evidente
El autor es gestor cultural y asesoró al Gobierno Autónomo Municipal de Cochabamba en la postulación de Cochabamba como Ciudad Creativa Unesco.
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