Riberalta en otro 18 de noviembre
“El Beni es una nación de pueblos” –solía decir mi tío Ambrosio García Rivera. Tenía razón, porque antes que benianos somos movimas, itonamas, trinitarios, ignacianos, etc. Riberalta es una población nueva que no yace en los llanos de Moxos, sino en el monte alto amazónico que junta un río esmeraldino, el Madre de Dios, y otro dorado, el río Beni. Asentada en 1884 por el alemán Máximo Genicke y fundada por Lisímaco Gutiérrez 10 años más tarde, fue la vigía de la patria en territorios vacíos de la Amazonía boliviana, cuya mayor parte ha perdido Bolivia quizá por no poblarlos, al esgrimir ingenua el uti possidetis juris a la voracidad brasileña. Tuvo más nombres que la capital de la república Sucre: fue sucesivamente llamada La Peña, Barranca Colorada, La Cruz, Ribera Alta y luego, Riberalta. Algunos censos la sitúan con mayor población que la capital beniana.
Lo poco que queda se debe en parte a la Columna Porvenir. Fue tropa civil de caucheros que gravitaban en Riberalta, pertrechados por Nicolás Suárez para hacer frente a los siringueiros armados de Plácido de Castro. La Columna Porvenir les derrotó en Bahía. Perdimos el Acre de todas formas, pero esos héroes civiles salvaron el girón patrio que hoy se llama Cobija, que antes era la Delegación del Noroeste con capital riberalteña. A partir de 1936 el departamento se llama Pando, dicen que por colusión de Nicolás Suárez, empresario al que quizá no convenía tener al Estado cerca de Cachuela Esperanza, y de Germán Busch, presidente nacido en tierra beniana y registrado en el cruceño San Javier. Se debería llamar Vaca Díez, en honor de Antonio, con su capital en Riberalta por razones hidrográficas, demográficas y de valiente patriotismo.
En mi pueblo el casi perdido rito de la tertulia empezaba a esa hora mágica de la oración. Se sacaban sillones perezosos al corredor arrullado por la brisa y se recibían visitas. Después venían la plaza y el café. La cerveza llegaba en fardos de yute, y como la chicha valluna, había que acabarla, razón quizá de que un estirado P. H. Fawcett considerara propensos a la ebriedad a los riberalteños. Se devoraban los periódicos del interior, que llegaban con semanas de atraso. Apreciados los libros, algunos eran mecanografiados para circularlos entre amigos. Se conocía al dedillo el cine azteca y sus cintas se exhibían, por el calor, en patios abiertos y bajo el dosel de las estrellas de verdad: hoy tiene hasta un Cine Center. La pasión por la lectura, el aprecio de la poesía, el favor del canto y la destreza tocando un instrumento, todas eran facetas del culto a la palabra.
También el gusto por las anécdotas picantes. Antes que la carretera a Guayaramerín se convirtiese en una de las mejores de Bolivia, cuentan que Riberalta estuvo a punto de tener la primera autopista de la nación. Allá por los años 60, el entonces coronel Ronant Monje Roca anunció en el Club Social Progreso (el segundo más antiguo del país, después del cochabambino) la construcción, en tiempo récord, de la vía Riberalta-Guayaramerín: “saldrán dos brigadas de ingenieros del Ejército, una de cada punta, para encontrarse a media distancia”. Pidió la palabra Zoqui, dentista riberalteño de lengua mordaz: “verdad que el progreso llegó a Riberalta, porque estos militares son tan burros que tendremos dos caminos, uno de ida y otro de vuelta”. No estuvo lejos. Dicen que equivocaron el punto de encuentro, error que tuvo que subsanarse con desvío que por mucho tiempo se llamó la Curva de Zoqui.
El doctor Burdaleta era un médico desterrado de la España republicana doblegada en su Guerra Civil por las falanges franquistas. Dicen que era ateo y comunista. Más pudo su juramento hipocrático una noche cuando fue requerido por una monjita para atender una urgencia médica en el convento. Llegando a la reja del claustro, fueron recibidos por un mastín enorme que ladraba y gruñía enardecido. “No se preocupe doctor” –dijo la monja– “el perro es capón.” “No tengo miedo que me joda, sino que me muerda”, le espetó el español.
Al presente, Riberalta enfrenta el desafío de asumir que su mayor recurso es la naturaleza que la rodea. Ésa que rayar árboles de siringa y recolectar cocos de castaña preservó por décadas. La noción de progreso en la Amazonía se ha tornado en tumbadores sin control de bosques de cedro y ébano. Se quiere poblar la selva con originarios de tierras sin árboles que diezman su fauna. Permiten que los ríos sean bombardeados en sus riberas con bombas inyectoras para lavar areniscas auríferas.
El autor es antropólogo
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO
