Lo que esconden los indicadores
El crecimiento sólo como crecimiento, no nos dice nada, sino ya no tendríamos que ver niños, adolescentes y adultos sumidos en la clefa o mendigando en nuestras ciudades
En una columna anterior, mencioné cómo los indicadores habían logrado entrar en la vida social y el debate político, al punto de repercutir en la evaluación de la gestión de las autoridades públicas. Para aclarar mejor la idea, observemos la campaña comunicacional del Gobierno acerca del crecimiento económico que vive el país. Cabe señalar, que pese a los réditos de esta campaña, debemos ser críticos con la noción de crecimiento que maneja el Gobierno, en cuanto, un alto crecimiento económico expresado en datos, no nos dice nada sobre la forma en la que se administran esos excedentes. En otras palabras, un indicador alto sirve para ver cuanto tiene para gastar un gobierno, pero no como lo gasta. Por esta limitación, los estudios actuales sobre desarrollo cuestionan la idea de que el crecimiento pueda reflejar necesariamente desarrollo, ¿por qué?
Primero, por su naturaleza. El primer argumento de ese tipo de políticas basadas en indicadores, era que el crecimiento económico generaba progreso y que este progreso permitiría desarrollo. Apreciación que condujo a que se anteponga la generación de riqueza sobre aspectos sociales como salud y educación. En tal caso, anteponer la generación de riqueza al bienestar social como política de desarrollo, terminó siendo un rotundo fracaso, en cuanto esta lógica de desarrollo aplicada en muchos países mostró que pese a incrementar sus ingresos, no necesariamente mejoraban el nivel de vida de su población.
Es más, el crecimiento económico no impactaba en otros ámbitos como: longevidad, esperanza de vida al nacer, acceso a salud, educación. En otras palabras, el mundo entendió que un crecimiento económico alto, no significaba necesariamente desarrollo en cuanto podría tenerse un excedente económico significativo, pero el mismo podría ser utilizado en obras sin impacto social como estadios, estatuas, museos, etc. o desviado en hechos de corrupción. Esto condujo a un cambio en los pensamientos sobre desarrollo, viendo que debía reorientarse de crecimiento material al de bienestar social, en otras palabras: la verdadera riqueza de un país esta en su gente.
En conclusión, hay que aceptar la vigencia de los indicadores de crecimiento para evaluar la gestión pública, pero siempre que vayan de la mano de una política de bienestar humano que garantice salud, educación y empleo digno. Ya que el crecimiento sólo como crecimiento, no nos dice nada, sino ya no tendríamos que ver niños, adolescentes y adultos sumidos en la clefa o mendigando en nuestras ciudades.
El autor es analista de políticas públicas
Columnas de CÉSAR AUGUSTO CAMACHO SOLIZ