Fuera de la caja de la democracia representativa
"Lo pequeño es bello". E.F. Schumacher
Evo Morales tiene razón; la democracia occidental es un espejismo. La visión de sustituirla con modelos andinos más inclusivos es noble. El consenso yace en la médula de nuestros huesos; era usado tanto por las comunidades andinas como por pueblos en todas partes del mundo, y ha sido reinventado recientemente por los movimientos sociales.
No obstante, hay un desafío enorme en aplicarlo a un país entero. El problema es el tamaño.
El pasado nos presenta las circunstancias del presente, y la herramienta que define la realidad hoy día es el Estado-nación. Por definición es una entidad más grande y más poblada que en el pasado. Los sentidos humanos evolucionaron por milenios para comprender e interactuar con la naturaleza y con grupos entre 15 y 80 personas, no con estructuras e instituciones tan grandiosas y complejas en, como dice el filósofo francés Guy Debord, “la sociedad de espectáculo”.
Históricamente el impulso detrás del Estado-nación ha sido la ambición de expandirse: engullir más terreno, explotarlo por sus recursos, y facilitar una relación amable entre las agencias que quieren hacer eso y un gobierno. La economía transnacional es la última estocada y una tan exitosa que Alejandro el Grande la envidiaría.
El resultado lleva a una convulsión terrible. Para que la colonia crezca, los indígenas han de sacrificar su comunidad y su tierra, con la imposición de aprender otro idioma y otra manera de pensar. Ciudades crecen --ahora hasta poblaciones por encima de los 20 millones de habitantes-- y con estas megaurbes aparecen las interminables colas, la abrumadora burocracia, la impersonalidad en las interacciones, la transformación de citadinos a consumidores, la alienación del individuo, la pérdida de su identidad y la explosión de las enfermedades mentales. La tecno-sociedad masiva produce la fragmentación del tiempo, del espacio, de clases, de profesiones, de relaciones y del espejo interior del mundo exterior: la psique. La única manera de compartir se halla en el espectáculo --el juego de fútbol internacional, el concierto gigantesco de rock, la gran feria en el coliseo, la celebridad, los mega-medios de comunicación-- que por una hora o dos reúne a la población con los rastros de su memoria intrínseca de comunidad verdadera.
En tal contexto la democracia representativa es un fracaso que promete la ilusión del poder individual pero simplemente refleja los fragmentos de la sociedad, mientras surgen opositores en un juego que nunca termina.
Sin caer en el autoritarismo de Estado y sin extinguir la idea de la democracia, ¿cómo podemos recobrar/inventar métodos efectivos? Hay ideas flotando en el aire. Una es la autonomía de territorios menos poblados, como la federación con un Estado central pero no dominante. Está la disolución completa del Estado central por la secesión de sus partes. (Según el escritor árabe-estadounidense Edward Said, entre 1945 y 1965 los movimientos de descolonización crearon más que 100 nuevos países; 34 nuevos han surgido desde 1990; y como sabemos por eventos recientes en Cataluña, este anhelo está siempre vivo.) Además existe la posibilidad de la involución hasta las bioregiones, cada una sostenible por sí misma. Otra propuesta que contribuiría a menos dependencia en la mega-economía global sería la seguridad/sostenibilidad alimentaria.
Quizá la barricada contra el uso del consenso en Bolivia sea casi infranqueable por la fragmentación extrema de las comunidades después de siglos de colonización, la correspondiente pérdida de lealtad a lo colectivo y el gran tamaño de 10.9 millones de ciudadanos. Para avanzar se necesitaría pensar, como se dice, fuera de la caja.
La autora es escritora y psicóloga.
Columnas de CHELLIS GLENDINNING