El gran acosador
¿Qué consigue el poder prometiendo látigo para los miles y miles que publicamos a diario nuestra intención de votar blanco o nulo el 3 de diciembre?
Hacer el ridículo. Y, encima, rifar el escaso crédito del Órgano Electoral, desde cuyas entrañas brotan los comedidos que pugnan por hacer méritos, amenazando con amordazar la libertad de opinión e inventándose delitos electorales. Es decir, del mismo Órgano que no denunció oportunamente como antidemocrático a un procedimiento electoral ideado para burlar la voluntad popular, al permitir que se elijan como cabeza de la administración de la justicia a candidatos sepultados por la marea de blancos y nulos que los repudia, y descalifica.
Tanto escándalo de esta campaña no corregirá el torcido y costoso ceremonial que no enmienda y, más bien, empeora las prácticas previas, ni eximirá a los partidos opositores, corresponsables de los resultados, desde el momento que con sus prácticas tan caudillistas, como las del oficialismo, renunciaron en las elecciones de 2014 a evitar que los reelegidos se hagan con 2/3 de las bancas parlamentarias, cuando estaba en su alcance impedirlo.
Los votos blancos y nulos testimoniarán, una vez más, la autonomía de un electorado, que no se deja seducir con un presunto avance democratizador, que ni cambia, ni disimula el afán de seguir subordinando a los jueces y condicionando la justicia.
¿Qué papel le toca al que manda sobre todos los que mandan, cuando se dedica a denunciar que sus competidores o críticos se reúnen con representantes extranjeros?
El del mayor correveidile del barrio, acompañado por bufones que reclaman el cumplimiento de inexistentes e intolerables convenciones internacionales.
Los dos episodios previos hacen parte de una escena mayor, donde por todos lados se verifica cómo crece la descomposición del régimen, que tuvo las máximas oportunidades históricas para realizar grandes e indispensables tareas, pero que después de apenas iniciarlas las evadió y abandonó para concentrar sus esfuerzos en construir una plataforma que permita a sus máximos representantes permanecer ejerciendo el poder y cobijándose en la impunidad, continua e irrevocablemente.
De ese modo, el millón y fracción de personas que superaron la línea de pobreza quedan en un riesgo inminente y continuo de retroceder a sus condiciones previas de vida, ante el debilitamiento de una economía dependiente de los mismos mercados y producciones que mantenemos desde que se creara el Estado boliviano.
Idéntica vulnerabilidad presenta la mayor parte de la infraestructura que se ha construido, con precios inflados y calidad incierta. Y así también quedan, casi intactas, las deficiencias en salud y educación que heredamos del pasado.
La gran ofensiva montada, desde el relanzamiento de la estrategia colonizadora sobre el Tipnis, hasta el despliegue de recursos contra la Constitución y el pronunciamiento soberano que les prohíbe continuar que sigan tratando reelegirse, arroja resultados tan miserables que no deja a sus inventores más remedio que buscar en el acoso y la amenaza los titulares y noticias, con que alimentan su pasión como monopolizadores de las iniciativas políticas.
Pero como el miedo no sustituye al afecto, ni la bulla que provocan sus declaraciones puede esconder todas las grietas por las que se filtran las evidencias de que el proceso ha traído una portentosa elevación del desfalco de los recursos públicos, todas las poses y maniobras ensayadas no incrementan la popularidad de sus candidatos, la credibilidad de sus acciones, ni sus posibilidades electorales.
Aún en el caso de que hubiesen planificado una sorpresita, con un fallo adverso del actual Tribunal sobre su recurso –simplemente para mostrar cuán obtusa y limitada puede ser la oposición partidista– y traten de paralogizarnos, recurriendo a otra de sus “alternativas”, adornada con propaganda de grandes e inconcebibles obras, las puertas de la legitimidad ya se les han cerrado y no volverán a abrirse, sin importar toda la violencia, simbólica, y física que desplieguen para lograrlo.
El autor es investigador y director del Instituto Alternativo.
Columnas de RÓGER CORTEZ HURTADO