Alto Perú recargado
El fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional que restringe derechos civiles de un sector de las diversidades sexuales, me terminó de convencer de una desoladora certeza: el conservadurismo pervive en nuestra cultura política. Por algo decía René Zavaleta: “Dicen los árabes que el pasado se parece al futuro como una gota de agua a otra”.
A lo largo de su historia, Bolivia fue calificada como un país conservador. Desde la ciencia social abundaron los intentos de explicación para este fenómeno.
Algunos análisis se redujeron a vincular la propensión conservadora con una especie de “encierro andino” que, supuestamente, nos hacía más endogámicos, herméticos y lentos para los cambios. Ese argumento sirvió a los alegatos de la demanda marítima ante Chile, al recogimiento de los cerros, se agregó la mediterraneidad. Y aquello a pesar de que llanos y selvas son gran parte del país, lo que da cuenta del centralismo histórico que aún se resiste a salir de las mentalidades.
Otros estudiosos atribuyeron el conservadurismo de los bolivianos al Coloniaje, finalmente y de manera literal, somos hijos de una violación que duró, inclusive, buena parte de nuestra vida republicana. No obstante, el resto de países americanos sufrieron similar destino y eso no ha impedido que, en muchos de ellos, haya sociedades más abiertas, más desinhibidas, con menos taras.
Obviamente, no faltaron los que dieron una connotación racial al conservadurismo boliviano. Por suerte, hoy la mayoría de las variantes del darwinismo social son consideradas pseudocientíficas.
Lo cierto es que, últimamente, aturde la sensación de reptar en una suerte de retroceso medieval que ratificaría el conservadurismo boliviano, he aquí ineludibles indicadores:
No sólo se mantiene la histórica primacía de las FFAA cual el aparato estatal que más privilegios recibe, sino que el militarismo, como ideología, es promovido por las esferas gobiernistas. ¿Y en serio creen que la “evolución humana” pasa por el fortalecimiento de organismos pensados para matar y torturar?
La violencia misógina, machista y/o patriarcal se sigue manifestando con nefasta intensidad y casi con total impunidad. Se potencian “sagradas instituciones” que oprimen, denigran, encarcelan a mujeres y hombres en roles obligatorios y en condicionamientos prejuiciosos y estereotipados. Ese sistema también predica el odio contra las diversidades sexuales y en pleno siglo XXI.
Ni qué decir de la proliferación de cultos religiosos irracionales, dogmáticos, fundamentalistas y basados en la deficiente educación de buena parte de nuestros habitantes y que lucran a su costa. Menos respecto a la testaruda incidencia de la Iglesia Católica en un tema que ella misma se ha encargado de hacerlo “enfermo”: la sexualidad. Lo que nos lleva a una hipócrita pacatería generalizada. ¿Un botón? Solamente faltaba que, a través de legislaciones draconianas, las autoridades nos dictaminen el horario para recogernos por las noches. Y, oigan bien, señores: ¡Ni así ha disminuido el consumo de alcohol, ese consumo que pasa del entretenimiento al conveniente embrutecimiento!
Finalmente, qué terrible que se contemple la penalización de la protesta, que abunde la aversión contra la disidencia, la crítica y el libre pensamiento. Y que, incluso, se condecore a los típicos sultanistas pretorianos y todavía se les pida “consejos” para perpetuarse en el poder.
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA