Con las cartas sobre la mesa
A estas alturas, es de suponer que está ya pasando esa cotidiana estridencia verbal que ejercitaron, a través de los medios, los políticos en contienda. A pocos días de la votación, flota en el ambiente esa tensa calma que precede a las tormentas. Lo que no se sabe es sobre quién caerá o a quién arrasará. Se apuesta a la voluntad del soberano; está llegando su turno; a él le tocará hacer la última movida.
En circunstancias como ésta, se suele hablar de sensaciones térmicas; esa ficción cuya presencia se siente pero no se ve; es como si no existiera y existe. ¿Cuál será esa sensación tratándose de elecciones? Es tan fácil confundir ilusión con alucinación; se parecen, pero son fenómenos distintos. Los azules que ya perdieron cuatro elecciones anteriores y ahora quieren ganar la quinta, están obsesionados con su ilusión. A Gabriela se la utilizó como recurso de teatro para disimular la derrota; ello tiene la impronta de una alucinación.
¿Se acuerdan del Referendo Constitucional? Después de la famosa “estrategia envolvente” (nombre académico de trampa), que sirvió para aprobar la Carta de la Glorieta, Bolivia no tuvo otro momento tan crucial. Puede ser la puerta de ingreso al infierno o puede ser el camino hacia la redención. Hay que pensarlo muy bien; las generaciones que siguen nos pedirán cuentas; no podemos dejarles una patria destrozada. Tu voto significa futuro: ¿pero qué futuro?
Se dijo en 2011 que la elección de jueces por voto popular era una lección de Bolivia para el mundo, y estuvimos a punto de creer que éramos los habitantes más inteligentes del planeta; los demás, por supuesto, unos oligofrénicos. Sin embargo, el tiempo no tardó en desmentirlo; los jueces posesionados contra la voluntad del soberano, cumplieron de todas formas la misión de inventar un nuevo Estado con 36 naciones. Y su único líder, por ser de origen teocrático como los incas, debería permanecer en el cargo hasta que las velas no ardan.
Alguien ha dicho que la ambición desmedida puede llevar al descalabro total. Es decir, claro, eso les puede suceder a los súbditos inocentes de este país. En cambio los otros están pasando por su mejor momento. Por eso no quieren pensar –ni siquiera en broma– abandonar el Palacio Quemado; sin él o fuera de él, sus vidas no tienen sentido. Como Hernán Cortés, el conquistador de México, dizque han quemado sus naves para no pensar en el retorno, aunque hay por delante un vacío que les causa pavor. ¡Pobres gentes!
El autor es escritor, presidente del PEN filial Cochabamba.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS