Especulaciones en torno al cuarto mandato
La reelección presidencial por dos, tres, o más periodos consecutivos, constituye una cuestión muy debatida, tanto en los ámbitos políticos de la sociedad civil como en los de la ciencia política.
Veamos el caso de México. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) gobernó sin pausa de 1929 a 1989 en aquel país, pero ningún presidente lo hizo dos veces seguidas. En efecto, a raíz del prolongado gobierno de Porfirio Díaz, quien gobernó México entre 1884 y 1911, recurriendo a elecciones fraudulentas y a cualquier sacrificio —ajeno, por supuesto— para conservar el cargo, la Constitución Política del Estado (CPE) mexicana de 1917, proscribió la reelección presidencial.
Y no era para menos. Porfirio Díaz llegó a la presidencia de 1884, prometiendo no más reelecciones entre sus consignas centrales; sin embargo, una vez en el poder y sin respetar las leyes, proclamó la reelección indefinida, siendo su nefasta voluntad por conservar el poder, como la de sus seguidores por mantenerlo en el cargo a cambio casi siempre de prebendas, el caldo de cultivo que tuvo la revolución mexicana.
De las experiencias políticas adquiridas a través del denominado “porfiriato” (1884-1911), cuyo derrocamiento, según muchos historiadores, inauguró la revolución mexicana, cuyas luchas armadas acarrearon un millón de muertos más o menos, una parecería palpitar y palpitar con fuerza desde entonces en la memoria colectiva mexicana: el poder corrompe a quien lo detenta en relación directa con el tiempo.
¿Es Evo Morales es muy distinto a Porfirio Díaz? ¿Tendrán algo en común? Perteneciendo ambos a contextos históricos y culturales muy distintos, diríase que cualquier intento de comparación entre uno y otro resulta imposible, si no fútil, excepto por una cosa: como seres humanos, ambos son vulnerables a los abusos y autoritarismos que practican quienes sucumben ante los deleites implicados en el ejercicio indefinido del poder.
Cabe recordar la célebre pintura de Francisco de Goya, “Saturno devorando a sus hijos”. observamos al dios Saturno (la versión latina de Cronos) desgarrando con uñas y dientes a su propio hijo. Saturno temía que sus hijos le arrebataran el poder, y poseído del pavor a perderlo, los devoraba vivos. ¿Acaso los desvaríos de la cúpula masista, sobre todo entre el 21 y 23 de febrero de 2016, no dejaron traslucir el mismo pavor?
Ya en el contexto del Estado de derecho, diversas corrientes de las ciencias políticas, fundamentan las consecuencias perniciosas de las reelecciones consecutivas para un ejercicio ciudadano a plenitud, porque, como indica César Camacho, la concentración invariable del poder en un solo grupo, deteriora su capacidad para recolectar demandas sociales, desvirtuando u adulterando los canales legales de la relación Estado-Sociedad. Curiosamente, politólogos conservadores y radicales, convergen sobre este punto, utilizando diversos indicadores de gestión pública como fundamento científico.
No obstante, y también desde la ciencia política, cabe legitimar racionalmente la reelección indefinida, sobre todo, en contextos políticos como el nuestro, es decir, con múltiples sectores y demandas, siendo la democracia representativa y liberal, incapaz de otorgar la necesaria estabilidad política para el fortalecimiento de las instituciones sociales, siendo aquello la condición sine qua non del desarrollo. De cualquier modo, la legitimidad de una reelección, no radica en los conductos regulares, sino en el consenso entre los grupos. Lamentablemente, el pueblo también se equivoca.
El autor es economista
llamadecristal@hotmail.com
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