Mugabe, Evo y Obiang
Evo debió y puede aún asumir un rol democrático jugando legalmente con las reglas de la democracia. No tiene por qué emular a Repúblicas Bananeras ni colocar a Bolivia en ese “sitial en términos políticos”. Respetar la institucionalidad y alejarse de los amarra huatos, es una obligación a la que todo gobernante debería ceñirse
Existen denominadores comunes capaces de aglutinar procesos, cambios, revoluciones, egos y presidencias vitalicias. En este último caso, el culto a la personalidad adquiere connotaciones casi emblemáticas para lisonjeros y zalameros, y para quienes con el tiempo asumen el patético rol de “amarra huato”, su estadio superior. Probablemente de esos y con esos, presidencias casi perpetuas como las que suelen (o solían) ser comunes en países africanos, han situado a ese continente como uno de los más inestables en términos políticos. Al ser así, es frecuente la existencia de regímenes donde la permanencia en el poder de una persona trae consigo transgresiones al orden constitucional, limitaciones al ejercicio de los derechos de ciudadanía y, sobre todo, matonaje estatal a la hora de coartar libertades.
Mugabe permaneció en el poder 37 años conduciendo Zimbabue como patrimonio personal, hasta que fue obligado a renunciar en momentos en que se prestaba a consolidar a la sucesora: su esposa. Son por tanto, situaciones como ésta las que dan lugar al nacimiento de términos como República Bananera, en alusión a países donde se encaraman nomenclaturas que giran en torno a un caudillo que se considera a sí mismo un mecenas, un predestinado a ser el centro del universo y el único capaz de gobernar y mantener viva la llama de lo que suelen denominar la “Revolución Democrática” o el “Proceso de Cambio”. De ese discurso se nutren y así surgen, además de predestinados, los populistas rotulados de fascistas de izquierda o derecha.
Está también Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial desde 1979 y de quien Evo desea aprender la fórmula para ganar elecciones con más del 90%. Fatal. Las acusaciones en su contra son variadas. Torturas, presos políticos, restricciones a la libertad y limitaciones a ejercicios constitucionales entre otros, son aspectos que perfectamente dan cuenta de cómo y por qué ese individuo gana elecciones en ese porcentaje.
El mundo democrático de hoy no tolera actos que vayan en contra de los derechos humanos. Es simple. Torcer la Constitución para buscar su falsa interpretación únicamente para permanecer en el poder porque alguien se considera el único capaz de gobernar, rebasa todo orden racional, legal y hasta moral.
Evo debió y puede aún asumir un rol democrático jugando legalmente con las reglas de la democracia. No tiene por qué emular a Repúblicas Bananeras ni colocar a Bolivia en ese “sitial en términos políticos”. Respetar la institucionalidad y alejarse de los amarra huatos, es una obligación a la que todo gobernante debería ceñirse, porque no hay forma de entender un Estado al margen de la Constitución, la ley y del fortalecimiento de sus instituciones. Sin ellas, habrá varios Mugabes y Obiangs que desearán perdurar a costa del derecho a vivir en un Estado de derecho. El peligro de llegar a ese límite es que los bolivianos entienden que nunca fueron ni serán parte de una República Bananera.
El autor es abogado
Columnas de CAYO SALINAS