Feos tiempos inconstitucionales
Las constituciones tienen como fin no sólo regir la vida de los ciudadanos, sino también limitar el poder de quienes lo detentan. Ese ha sido el aporte más valioso de este tipo de documento. Aún bajo las monarquías. El sistema republicano implicó un paso más grande en el proceso de disminuir el poder absoluto al acabar no sólo con los derechos hereditarios de los gobernantes, sino también el tiempo del ejercicio de ese poder. De hecho, lo más saludable es que un ciudadano, por muy bien que se desempeñe como gobernante, no se atornille en la silla presidencial por más de 10 años, y es mucho mejor que nunca más pueda pretender volver a esa altísima posición.
Los gringos, que no son muy amados en el mundo mundial, tienen, en cuanto se refiere al régimen de sus gobernantes, a su reelección y al futuro de estos, un sistema extraordinariamente sensato, y bien valdría copiar sus pautas, antes que tratar de inspirarse en Guinea Ecuatorial o en Zimbabue.
Antes de la era de Evo, la Constitución Política del Estado boliviano tenía en relación a este tema dos detalles interesantes. En primer lugar, no permitía una reelección inmediata, lo cual era un antídoto contra un mal muy común en los países con poblaciones ignorantes, vale decir, el caudillismo. No era letal, pero resultaba bastante eficiente. En segundo lugar, pasaba a ser algo un poco más justo, en la medida en que la ventaja que puede tener el partido gobernante, a la hora de las campañas electorales, siquiera amainaba. No olvidemos que Evo está ya casi 12 años en ininterrumpida campaña electoral.
Otra sabia característica que tenía la antigua Constitución, era que los cambios que se hicieran a ésta, recién entrarían en vigencia a partir del siguiente período legislativo o gubernamental, vale decir que las modificaciones no serían hechas a beneficio del poderoso de turno sino genuinamente para bien del país. Hoy más que nunca nos damos cuenta de la importancia de ese detalle.
Entre los muchos defectos de la Constitución evista, está la ausencia de esta salvaguarda, sin la cual quedan abiertas las puertas para modificarla de acuerdo a los intereses del gobernante, sólo a partir de un referéndum.
Los masistas se durmieron en sus laureles y desaprovecharon su oportunidad cuando la popularidad de Evo era muy alta, y cuando llamaron al referéndum de marras, perdieron. Principalmente por el natural desgaste, por la corrupción que se iba acumulando, y por la sordidez de los detalles de la vida privada del primer mandatario. Se puso en evidencia que Evo no sólo se había amancebado con una joven que podía ser su hija, sino que había tenido un hijo con ésta al que mantuvo en secreto, (luego, pero eso fue post 21 de febrero, se dijo que el hombre había sido engañado por la muchacha que él había usado previamente).
El 21 de febrero de 2016, casi como una maldición divina, se cerraron las opciones legales de cambiar la Constitución, el truquito previamente preparado no resultó, y ese fue el golpe más duro al proyecto hegemónico y no democrático que tuvieron Evo y sus aliados, internos y externos, desde un principio.
El exabrupto cometido el 28 de noviembre por seis insignificantes y grotescas personas que no estuvieron a la altura de sus cargos, merece ser condenado, más allá de que los tales jueces hayan ilustrado con su inmolación moral lo absurdo de las justas electorales a las que ayer comparecimos como ciudadanos, y de carambola hayan cumplido con un invalorable servicio a la patria.
Estamos viviendo tiempos muy malos no sólo para la democracia, sino para la decencia y la corrección. El presidente de un país es el primero que debería respetar las leyes y naturalmente sus juramentos y su palabra, no está sucediendo eso.
La madre de toda corrupción es el abuso de poder. No es una casualidad que tantos pequeños y grandes escándalos se destapen en forma casi cotidiana. Estamos mal, y la podredumbre viene desde el epicentro del poder. Nunca mejor ilustrada ésta que con la espantosa torre que se alza junto al palacio de gobierno.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ