La familia se está muriendo
A pesar de las enormes disfunciones que caracterizaban al Estado republicano de Bolivia, como la deformación de la democracia, el repudiable funcionamiento de la justicia, la insana utilización del poder, la familia aún respondía a un orden, a una composición, a una finalidad y a una distribución de roles de cada uno de sus miembros.
El padre estaba destinado a salir a la calle, a trabajar y proveer lo necesario para la subsistencia familiar. Era el que lidiaba en la interrelación social. Era el que otorgaba respeto externo a los suyos y también era el brazo firme de la disciplina interna. Su ejemplo de vida era determinante en la educación de los hijos.
La madre tenía un rol irremplazable, era el bálsamo de comprensión y afecto de los hijos y del esposo, custodia del orden, la alimentación, y quehaceres del hogar y sobre todo la guía amorosa, sabia y paciente en la educación y modelaje del alma de los hijos. Sin ella, en el cumplimiento de esos roles, la familia o era un desastre o sencillamente se disgregaba.
Los hijos, con una sana jerarquía desde el mayor hasta el menor, educados en el cariño, las buenas costumbres, el cumplimiento de los deberes, la honradez, la lealtad, el respeto a los demás, asimilados a la disciplina y a la honra del padre y de la madre.
Con esas “costumbres” básicas, los hijos salían a la escuela a formar su segunda educación, ellos a cumplir sus roles de barón respetable y ellas a ser delicadas señoritas dignas de respeto.
Así más o menos era la familia boliviana media, más allá del capitalismo o del socialismo o de la igualdad de género. No dominaba la confusión de sexos, la mujer era la mamá y el hombre era el papá. Que habían contradicciones y aún destrucción de la familia es evidente, pero habían muchas salvaguardas para su mantención, se llamaban, honor, vergüenza, respeto (unos dirán escrúpulos sociales) y estaba presente el matrimonio, incluyendo el de hecho, como institución respetada por la sociedad, siendo el divorcio “judicial” el difícil camino para la disolución del hogar, a diferencia del fácil y destructivo divorcio “administrativo” y por mutuo acuerdo de hoy.
Cuando este orden desaparece, cuando el padre y la madre “son iguales” y salen ambos a la lucha por la vida en la calle, se tejen oscuras redes sociales, el padre y la madre, cada uno por su lado hace su vida, incluyendo el placer de los sentidos, porque “tienen los mismos derechos”. “Los Códigos Niñas, Niños, Adolescentes” no reparan las mortales laceraciones inferidas a la familia, se esfuman los tradicionales roles familiares, los hijos huérfanos de orientación familiar se encuentran con luz roja, sus confidentes son sus amigos no sus padres, el alcohol y la droga están presentes, el internet inadecuadamente utilizado y el celular los aíslan y despersonalizan, aparecen palabras innovadas en el Derecho Penal, como el “feminicidio” que como hecho real apabulla junto al embarazo precoz, las violaciones a menores y otras monstruosidades que antes no eran el pan de cada día. Son inservibles las gravosas “cumbres” oficiales y peor la catarata de leyes inocuas porque el problema es estructural: la familia se está muriendo como reflejo de la forma de Estado.
Estamos viviendo la más profunda crisis de Estado que sufre el país, pues por vez primera está siendo atacada directa y premeditadamente la familia, sin ella la sociedad se está quebrando. Si no se cambia la esencia y el rumbo del Estado, la sociedad toda se sumirá en la corrupción pública y privada siendo difícil de prever el futuro de Bolivia.
El autor es jurista y exdocente universitario
Columnas de GONZALO PEÑARANDA TAIDA