Trump y Jerusalén
El presidente norteamericano, Donald Trump, anuncio el 6 de diciembre que los Estados Unidos reconocía a Jerusalén como la capital de Israel. Se trata de poner en ejecución una promesa electoral de Trump y también una antigua (1995) resolución del Congreso americano, que fue postergada por sus predecesores a fin de eludir una de las controversias centrales del conflicto israelí-palestino.
El conflicto de los judíos con los palestinos data de los tiempos bíblicos cuando Palestina cambio de manos varias veces. Cuando en el siglo 13-12 AC Moisés guió a los judíos hacia la “tierra prometida”, no sabía que esta tierra ya estaba ocupada por otras tribus. Cuando más tarde la ocupación romana se les volvió insoportable, los judíos abandonaron el lugar y se dispersaron en diáspora por el mundo entero. Los judíos empezaron regresar a Palestina a partir de 1948 y cuando fundaron el moderno estado de Israel de nuevo encontraron a los palestinos, los mismos que pretendieron desplazar con anterioridad. Se enfrentaron con ellos e hicieron todo para expulsarles. Esta relación de odio y de exclusión mutua sólo empeoró con el tiempo.
Jerusalén es considerada como ciudad santa por tres grandes religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islam. En 1947 las NNUU decidieron dividir a Palestina en dos estados: árabe y judío. Jerusalén se quedó teóricamente como ciudad abierta, pero en los hechos Israel promueve la colonización judía en Jerusalén a fin de conseguir paulatinamente la ocupación territorial y descontinuar la conexión de la ciudad con Cisjordania palestina. Hoy en día, la ciudad es separada en dos. Israel trasladó su capital hacia Jerusalén oeste donde se encuentran las instituciones públicas israelitas y que es casi exclusivamente poblado por los judíos. La parte este, donde se encuentran los templos y los lugares sagrados, es reivindicada por la Autoridad Palestina. Para los judíos tener Jerusalén bajo su dominio es una cuestión de justicia histórica.
El anuncio de Donald Trump ha dejado a los EEUU diplomáticamente aislado y puso en riesgo el proceso de paz de Medio Oriente. Desde cuatro décadas los predecesores de Trump han tratado de jugar el rol de un mediador imparcial, en favor de los dos estados, pero sin éxito. Ahora Trump pretende hacer mejor y resolver el conflicto. Para ello multiplica los contactos con los países árabes aliados, que sin excepción condenan la decisión americana sobre el estatuto de Jerusalén.
Los palestinos por su lado se preguntan si seguir adelante con el proceso de paz, que no les trae prácticamente ningún resultado. Dejar el proceso de paz dando espalda a los EEUU no es una opción, ya que este país es la mayor fuente de financiamiento del presupuesto palestino. Los sectores palestinos más radicales han llamado a las manifestaciones y a la nueva intifada o sea un levantamiento popular como en 1987 y 2000. El Consejo de Seguridad de las NNUU ha condenado la decisión de Washington contraria a las anteriores resoluciones de NNUU.
En Jerusalén Trump está jugando con fuego al igual que su relación con Corea del Norte. Se oyen incluso voces en EEUU sobre los problemas psicológicos que pudiera tener Trump para ejercer su rol de presidente. Hace pocos días la respetada periodista americana Elizabeth Drew público un artículo bajo el título “La locura del rey Donald” donde da cuenta de la creciente preocupación de los círculos políticos de Washington. Según los psiquiatras citados por la periodista, Trump sufre de un “trastorno narcisista de la personalidad.” Sus decisiones contienen riesgos para la paz mundial y ahora para Jerusalén.
El autor es comunicador social.
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