El rey león y otros reyezuelos
“El rey león” (quién no recuerda esa película producida en 1994 por los estudios de Walt Disney) nos muestra esa épica escena en la que el hermano del rey, Scar, avanza poderoso en medio de grandes llamaradas con rumbo hacia las madrigueras de las hienas, para sellar con ellas su alianza y consolidarse como el nuevo e indiscutible líder. Desde lo alto de un enorme peñón, Scar arenga a sus bases y su sombra se proyecta gigantesca por efecto de la semipenumbra.
A continuación, las hienas descienden de los riscos y comienza un impresionante desfile de cientos de ellas, que, en escuadrones perfectamente organizados y marcando el paso, rinden tributo al nuevo líder. Scar, con esa alianza, ha roto la constitución que regía la selva, que dividía el mundo entre el reino de la luz (todos los animales de la selva, diurnos parece) y el reino de las penumbras (hienas, principalmente). Después de ese baño de multitudes, impone su régimen y empieza una época de terror. Los demás animales, incluidas las leonas, acatan resignadamente la nueva situación. A los disidentes los echa a la cárcel, como es el caso del mayordomo Zazú.
Los baños de multitudes no son cosa de ficción. Ya antiguamente, los grandes ejércitos triunfadores retornaban a sus ciudades a ritmo marcial siendo vitoreados por las muchedumbres. En épocas más cercanas, Hitler y Mussolini hipnotizaban a delirantes multitudes que escuchaban sus discursos vibrando de entusiasmo, en casos paradigmáticos de la psicología de masas. Luego de sus arengas, sus seguidores se sentían capaces de caminar sobre las aguas de océanos, con tal de complacer a sus líderes mesiánicos. Ambos, como sabemos, terminaron muy mal, sobre todo Mussolini.
En América Latina, es (tristemente) célebre el presidente dominicano Rafael Leónidas Trujillo, dictador traído a la actualidad por la pluma del escritor Mario Vargas Llosa, en la obra “La fiesta del Chivo”. Su régimen es recordado como algo oprobioso y nadie duda al calificarlo como dictador, aunque era resultado de sucesivas elecciones, elecciones en las que votaba apenas el 25 por ciento de la población, sin apenas oposición porque habían sido asesinados o estaban en el exilio, con un ejército obsecuente y servil.
Trujillo gobernó desde 1930 hasta su asesinato en 1961. Para neutralizar las protestas que iban surgiendo, además de asesinar a las disidentes hermanas Mirabal, reforzó la xenofobia ya existente en contra de los haitianos. La amenaza eran los haitianos, y cruelmente mandó a matar a miles de ellos (tal vez 20 mil) en la denominada “Masacre del Perejil”. Exacerbó el culto a la personalidad. Todos los niños nacidos eran sus “ahijados”, de modo que los dominicanos se sentían “compadres” del Presidente. A la capital Santo Domingo, le cambió el nombre y la llamó “Ciudad Trujillo”. Una vez eliminado el dictador a manos de un grupo de conjurados, Santo Domingo volvió a su nombre habitual.
Otro que adoraba los baños de multitudes era el también dictador Alfredo Stroessner, quien permaneció en el poder igualmente tres décadas. Consiguió el fervor de la gente por faraónicas obras, como por ejemplo la represa de Itaupú, construcción de carreteras y escuelas.
La primera vez que asumió el poder “legalmente” fue después de dar un golpe militar, tras convocar a unas elecciones en las que era el único candidato. Su facción, el Partido Colorado, modificó en dos ocasiones la Constitución Política para unas elecciones que dieron el poder a Stroessner en seis periodos consecutivos, hasta sumar 34 años.
Como no hay cuerpo que aguante 100 años, su suegro le dio golpe de Estado. Tuvo que refugiarse en Brasil, donde se consumió en el ostracismo y el olvido, aunque sin conocer la cárcel por sus numerosos crímenes políticos. Aunque Presidente constitucional electo, es considerado un dictador.
Todas las anteriores divagaciones vienen a cuento por la “millonaria” concentración del pasado sábado. Esos baños multitudinescos preludian a un dictador.
La autora es docente e investigadora universitaria.
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE