Un año de desencuentro
Desde los primeros días del año que hoy termina primó en el planeta una sensación de incertidumbre y temor frente a lo que se avecinaba. Y, como se constata al hacer una revisión de lo sucedido, esas percepciones fueron correctas y, lamentablemente, incluso pueden convertirse en certezas de un futuro muy complejo que deja muy poco espacio a la confianza.
En nuestro caso, hay dos líneas conductuales que han marcado la gestión. Primero, la desaceleración económica a consecuencia de la caída de los precios de nuestras materias primas, lo que ha obligado a las autoridades a administrar recursos sin bonanza y, lamentablemente, no hay suficientes datos para creer que lo han hecho bien porque se han cruzado con la segunda línea: la prioridad absoluta que las autoridades han dado a alcanzar el objetivo de habilitar una nueva e inconstitucional postulación del Presidente en 2019, pese al contundente rechazo de la mayoría ciudadana expresado en el referendo de febrero de 2016 e, indirectamente, en la elecciones judiciales de diciembre.
Se ha tratado de una lamentable coincidencia porque la necesidad de administrar correctamente el Estado no ha sido compatible, ni lo será, con el interés de la cúpula gobernante de prorrogarse en forma indefinida en el poder, situación que se ha traducido en la aparición cada vez más evidente de la faz autoritaria del oficialismo y su dependencia ideológica de procesos ajenos que, a su vez, también se encuentran en situación delicada.
A ello se debe agregar el fenómeno de la corrupción que tiene dos consecuencias desestabilizadoras: una, porque corroe la administración estatal y, la otra, porque la impunidad que se va creando (y el ejemplo más claro de esto es insistir en la manipulada elección de autoridades del Órgano Judicial y el Tribunal Constitucional, para nombrar a personas afines al partido de gobierno) se convierte en un signo de debilidad respecto a la proyección del régimen en el tiempo.
Lo señalado conforma un terreno fértil para el surgimiento de pesimismo porque, además, en el campo de la oposición no se encuentran signos que permitan tener esperanza en cambios que reconduzcan al país por el sendero de la democracia y la justicia social.
Obviamente, tanto en el oficialismo como en la oposición hay excepciones que permiten entrever que es posible recuperar un escenario político de acción, aunque está claro que su tiempo aún no ha llegado porque la tendencia a la polarización ha sido y es lo dominante.
En fin, 2017 no ha sido un año que se quiera recordar en el tiempo…