¿Y la verdad?
Cuando lea estas líneas habrán pasado a la historia las primeras horas del año 2018 y comenzaremos a darnos cuenta que sólo cambió un dígito. Los problemas serán los mismos, pero lo que no puede ser igual es la actitud pasiva ante los ataques que sufren otras personas, otros sectores de la sociedad. En algún momento le llegará a los suyos y es posible que se encuentren solos a merced del autoritarismo de algunos.
La tarea que debe ponerse como prioridad es que la mentira no triunfe. Quién miente es una pregunta lógica que usted puede hacerse. No es sencillo darle una respuesta, pero sí se puede dar unas pautas que permitan descubrir cómo es que la verdad se oculta tras los intereses de los pocos a los que hice referencia en el párrafo anterior.
Si alguien le dice que la Constitución Política del Estado es la ley de leyes y de cumplimiento obligatorio, más obvia los preceptos de la misma; está mintiendo. Si por ahí escucha que se gobierna escuchando al pueblo pero al caminar por las calles de su ciudad ve a miles de personas pidiendo que se escuche sus demandas, sabrá quién está mintiendo.
Si desde algún poder del Estado le aseguran que una determinada ley es la mejor, que con ella se protege los intereses de los involucrados, del suyo, pero a su alrededor la Policía reprime a sus conciudadanos porque defienden una posición contraria, podrá descubrir —sin mayor esfuerzo— quién es el que viola el principio inserto en el texto constitucional de “no seas mentiroso” (ama llulla).
Cuando la organización a la que pertenece es dividida por miembros del poder con fines sectarios, sabrá quien está ejerciendo su voluntad para acabar con la verdad en un país que precisa de paz para construir una verdad colectiva, una historia que involucre a todos en el marco de una institucionalidad que responda al derecho que tenemos a vivir en libertad, con libertad de pensamiento, de expresión, de disenso; sin temor a que ese derecho, esa capacidad, sea judicializada.
Que los que actúan mal, que usan los bienes de todos para fines personales, que explotan a los más débiles, también los que utilizan sus conocimientos para explotar a quienes los consultan, a quienes venden un servicio cualquiera y provocan daño, deben ser punidos; por supuesto. Sin embargo, es constitucional la presunción de inocencia. Y así debe ser para evitar que un régimen abuse de sus mandantes al gozar de una mayoría transitoria.
Si alguien le dice que respeta la democracia, pero ve los rasgos que caracterizan a los autoritarios, sabrá quién le miente. Quien no respeta los votos del pueblo no puede ser un demócrata, por más que se cubra de los símbolos que caracterizan esa condición.
Si dice respetar la actividad privada en el discurso pero en la práctica le pone los escollos que la ley o la fuerza del poder le permite, miente.
Y si este año no comenzamos a luchar por la restitución de la verdad lo que hemos construido en el pasado no existirá. Nos convencerán que nada de lo que tenemos es nuestro. Que la historia es falsa, que su casa, sus bienes son una ilusión que sólo será real cuando ellos, los hegemónicos del régimen, dispongan de vidas y esfuerzos.
Si nos dicen qué producir, qué vender, a quién, eso no es libertad. Es una mentira impuesta como verdad. Cuando seis federaciones de cocaleros imponen una verdad, no lo es. Es el garrote del poder hegemónico presentado como voluntad popular.
¿Usted desea vivir una mentira o quiere que la verdad se imponga?
El autor es periodista
Columnas de JORGE MELGAR RIOJA