El hambre asola a Venezuela
“La crisis de Venezuela está pasando, inexorablemente, de ser catastrófica a ser inimaginable. El nivel de miseria, sufrimiento humano y destrucción ha llegado a un punto en que la comunidad internacional debe repensar cómo puede ayudar”.
Tan contundente sentencia proviene de un exministro de Planeamiento de ese país, actualmente director del Centro Internacional para el Desarrollo de Harvard y profesor de la prestigiosa Escuela Harvard Kennedy, Ricardo Hausmann, y se sustenta en el colapso de la producción, los ingresos y los niveles de vida y salud, y cita como ejemplo de esa realidad que “el sueldo mínimo, medido en la caloría más barata disponible, había caído de 52.854 calorías diarias en mayo de 2012 a tan sólo 7.005 en mayo de 2017, completamente insuficiente para alimentar a una familia de cinco personas”. Y desde entonces la situación ha empeorado: en noviembre pasado, el “sueldo mínimo se había desplomado a apenas 2.740 calorías diarias. Y la escasez de proteínas es todavía más aguda”.
De ahí que, como señala el mismo autor, a “medida que la situación en Venezuela se torna inimaginable, sus posibles soluciones se acercan a lo inconcebible”.
En ese escenario, agravado por la voluntad de una cúpula militar-familiar de prorrogarse en el poder a costo incluso ya no sólo de generar situaciones de enfrentamiento fratricida sino de someter a su población a un estado de hambruna, la demanda de la personalidad venezolana cobra mucha fuerza: ¿qué puede hacer la región para ayudar a que el pueblo venezolano pueda encontrar democráticamente el camino para enfrentar exitosamente la profunda crisis a la que ha sido conducido por sus gobernantes?
Hasta ahora, todos los esfuerzos internos e internacionales por impulsar un proceso de esa naturaleza han fracasado por la tozudez autoritaria de sus autoridades. Incluso la cooperación humanitaria ha sido paralizada porque el Gobierno exige que ésta sea administrada por sus funcionarios, pese a que ha habido denuncias concretas de que incluso estos han lucrado con las donaciones.
Pero, ante ese estado de descomposición política, social y económica y de emergencia humanitaria, es muy difícil permanecer indiferentes, y es obligación de la comunidad internacional, particularmente de los países de la región ejercer presiones para que en un ámbito de respeto a principios básicos de convivencia sea el pueblo venezolano el que elija en forma libre y transparente el camino que considera mejor a sus intereses.
Ojalá que nuestro gobierno, ante una situación tan dramática, tenga la capacidad de revisar sus relaciones con la cúpula militar-familiar venezolana y aporte a que ese país pueda enfrentar democráticamente su profunda crisis.