¿El huevo de la serpiente?
La “rebelión clasemediera”, que no sería otra cosa que el “renacimiento del viejo rencor colonial y clasista hacia las clases populares” (dixit García Linera) ha cobrado dinámicas sólo vistas en tiempos del huevo de la serpiente que se gestaba en la gestión de Lydia Gueiler. Había nerviosismo en la ciudadanía en esos años de los ochenta. Y se vino el golpe. Aun así, la resistencia continuó, con reuniones clandestinas que tuvieron trágicos desenlaces, como la masacre de la calle Harrington, de La Paz.
Algo de este pasado puede haberse gatillado en la memoria colectiva de los clasemedieros (principalmente). Como si se tratara de una gota que rebasa el vaso, la promulgación del nuevo Código del Sistema Penal boliviano ha unido en las protestas a cambas, collas, chapacos. Ya había malestar por el irrespeto al voto del 21-F. Ya se había quebrado la confianza en un gobierno que se vio sin palabra, sin honor.
Los médicos, los primeros, se percataron de la peligrosidad de un artículo. Comenzó el habitual accionar del Gobierno, hacerse de la vista gorda, jugar al fútbol, viajar, reunirse con sus afines, para desgastar las protestas médicas. Los galenos contaron con la simpatía de la población y se fueron sumando más sectores a su protesta.
El enojo se volcó hacia la niña mimada del Gobierno, el Dakar. E irremediablemente, aunque se trataba de periodistas deportivos los que vinieron a cubrir el evento (muy de alta cultura, a decir de la ministra del ramo), las protestas se reflejaron en la prensa internacional.
A eso ha seguido las imágenes de una policía fuertemente pertrechada (como para abatir a atracadores de dinero o de joyerías, algo así) pateando las puertas de la Universidad Mayor de San Andrés. Ver eso, jóvenes encerrados en su universidad y la Policía lanzándoles gases lacrimógenos en plena violación de la autonomía universitaria, es demasiado para una ciudadanía traumatizada por unos recuerdos del banzerato que parecían olvidados.
Peor todavía, ver a policías perseguir otra vez a jóvenes que se refugiaban en un templo, ingresar en el recinto a las bravas, cerrar tras de sí las puertas y torturar dentro a los estudiantes de Medicina es demasiado. Para terminar de empeorar las cosas, un viceministro justificó ese accionar, señalando que eran vándalos que pateaban las puertas del templo y que las fuerzas sólo los reconvinieron mostrando imágenes falsas que no correspondían a ese momento.
Sí, es cierto que las dictaduras allanaban templos y conventos, pero amparadas en las sombras de la noche, lejos de las miradas de la ciudadanía. Que se recuerde, nunca hicieron ese alarde de fuerza, ese despliegue de “aquí no pasa nada si los pateamos”. Cuando pasó algo así en las dictaduras, la Iglesia amenazó con la excomunión, hecho simbólico de fuerte impacto.
¿El Defensor?, mejor dicho, el “Defensor”. Tezanos, claro que sí, ha condenado el hecho de patear, pisotear universitarios al interior de un templo, pero echando la culpa al rector Waldo Albarracín, que con sus “arengas” había ocasionado ese exceso. Ni una palabra de condena a esos policías, al Ministerio de Defensa o al Gobierno.
Ayer, los clasemedieros y bajomedieros de Cochabamba se han unido en la protesta contra el Código Penal, protagonizando un paro ciudadano. Salías a caminar y constatabas que había ancianos ¡bloqueando!, sentados en una silla en medio de su calle; otros habían colocado una tina vieja a modo de obstáculo; algunos optaron por sentarse en el suelo, cuidando el cumplimiento del paro. Todos, autoconvocados, sin repartija de fichas, sin liderazgos visibles, sin portavoces constituidos.
El Vicepresidente insiste en que se trata de “las clases medias tradicionales bolivianas que han preferido optar por una actitud reaccionaria que los arroja aún más a la decadencia”, en añoranza de su pasado terrateniente. Se diría más bien que se ha preferido optar por la profundización de la democracia, que la ciudadanía intuye en peligro.
La autora es docente e investigadora universitaria.
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE