De racismo, poder y odio
Es verdad de Perogrullo que el racismo es una de las taras más extendidas entre los seres humanos, y lo es también el decir que es una característica detestable en cualquier persona. Personalmente, tengo un cierto grado de tolerancia hacia los racistas de la tercera edad; no me alteran mucho los nacidos antes del año 35 del siglo pasado, pero me parecen insufribles e inaceptables los que llegaron al mundo conmigo o después.
Bolivia es un país racista, no sólo por su herencia colonial hispana, sino porque esta característica estuvo también presente mucho antes, por ejemplo durante la conquista incaica, y posiblemente antes también. Cabe recordar que los incas llamaban despreciativamente de negros u oscuros, “yanas”, a los estamentos más desposeídos y explotados de su sociedad.
Los españoles llegaron cargados de un bagaje cultural más complejo que el existente, empezando por la escritura, pasando por otro tipo de conocimientos prácticos, como el fundido del hierro, el uso de la rueda y el arado con bueyes y, por supuesto, también la espada y eventualmente la pólvora, y terminaron posesionando los valores foráneos como los más deseables, y los autóctonos como los menos. La ecuación de vencedores y vencidos, de conquistadores y conquistados no es una operación simple.
Otro asunto es el sistema de creencias traído por los conquistadores que era más moderno y que pudo imponerse no necesariamente con violencia, como algunos quisieran creer, sino porque ofrecía alternativas menos rudas que las creencias autóctonas.
Bolivia no ha podido liberarse del racismo, aunque ha avanzado considerablemente. Es posible que su peor momento haya tenido lugar a fines del siglo XIX, con el positivismo mezclado con un cierto darwinismo social, que hicieron un cóctel letal, pero es también bastante temprano en el siglo XX cuando surgen las primeras tendencias indigenistas que dentro de su tiempo y sus formas combaten esa tara. Pasa lo mismo con la revolución del año 52, y a partir de la democratización que tuvo lugar a partir de los años ochenta, que tan vilipendiada ha sido en los últimos años. El llamado proceso de cambio ha hecho grandes aportes en esta lucha, a partir del empoderamiento de quienes siempre estuvieron relegados en las estructuras sociales desde tiempos inmemoriales, aunque es justo recalcar que no comenzó nada.
Paradójicamente, aunque sería injusto e incorrecto tildar de racista a Evo Morales, el Presidente inauguró su primer mandato con una sentencia tremendamente racista. Me refiero a la desdichada frase: “Somos la reserva moral de la humanidad”, algo que más parecía una sentencia hitleriana que la de un luchador social moderno.
Estos días, el Vicepresidente, en una actitud francamente irresponsable, ha lanzado discursos de odio hacia una parte de la población boliviana, vale decir a los no indígenas, y específicamente a los descendientes de los españoles. Curiosa agresión, porque él mismo debe ser uno de los bolivianos por cuyas venas más sangre española corre.
La torpeza de García Linera puede ser leída de distintas maneras. No cabe la menor duda de que refleja una cierta desesperación política. El As de la confrontación étnica no es el que el MAS utilizaría en primera instancia en la lucha por conservar el poder.
Esta semana, aparte de los discursos incendiarios, nos hemos topado en los muros de varias ciudades con unos espantosos grafitis racistas amenazantes contra los “indios”. Aunque muchos, incluido quien escribe, sospechamos que estas pintas vienen de facciones progubernamentales, (doble canallada por cierto). Lo cierto es que similares expresiones se encuentran en muchos muros del Facebook, y en mensajes lanzados por otras redes sociales.
La gente de bien tiene que rechazar cualquier forma de racismo, pero tampoco debe espantarse demasiado. Quienes sabemos algo de la historia del país, sabemos que los excesos jamás tuvieron espacio en nuestra vida pública. Sin santificar, a ninguno de los actores de tiempos revueltos bolivianos, ni a Villarroel ni a Barrientos ni a Banzer ni al Goni o a Evo, podemos señalar y recordar que aquí no hubo ni Sendero ni las atrocidades de la dictadura argentina, ni siquiera un Pinochet.
Los mensajes de odio, han caído tradicionalmente en saco roto.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ