Ciego ante la realidad
La capitulación de Morales se ve venir, sólo es cuestión de tiempo. El pueblo desilusionado grita: “basta ya”, quiere romper el hechizo en el que ha sido embaucado
Como personaje antisistema, Morales al acceder al poder institucional hizo dos cosas, las dos malas: después de 12 años no aprendió el sentido de los límites impuestos por la democracia liberal y no se ajustó a ellos en su tarea de servicio público. Es decir, no alcanzó la madurez política. Y la otra mala: como no la alcanzó, se obstina en dogmatismos inviables, privilegia la oportunidad a la idoneidad, el clientelismo a la aptitud.
La reforma del Código Penal, último escándalo, pertenece a este segundo orden de errores que denotan su incompetencia, y evidencia la inmadurez de un equipo de Gobierno al que el poder le llegó mucho antes de estar preparado para ejercerlo; la consecuencia previsible de la decisión del Presidente de promulgar, una vez más, leyes sin deliberación, sin debate ni consenso, son las protestas que se instalan en la lógica política que invita a supeditar los principios éticos médicos a la estrategia.
La inestabilidad política y polarización no son efectos de los actos de la oposición o de una confabulación, es la turbulenta reacción a un manejo político torpe, inepto, causado por un régimen en sorprendente incompetencia. El cuestionamiento jurídico y el de su legitimidad es ya amplio, tanto en lo interno como internacionalmente porque la supedita la teoría política a la utilidad, a la discrecionalidad, a la sinrazón de las políticas públicas, manifestadoras de sus obsesiones ideológicas y de sus falacias, como aquella de que la democracia es votar y no gestionar y de que el ejercicio del poder abusivo se justifica por sí mismo. Ignora que para gobernar no es suficiente mayorías sino mayorías capaces, con capital académico y saber técnico, pero él prefiere el empecinamiento en sus posiciones de ruptura de la Constitución y quiebra del Estado.
Su desgobierno no permite ya abrigar ninguna expectativa de mejora esperanzadora y la pesadilla que vivimos induce a la inevitable irrupción del principio de realidad que Morales no toma en cuenta: No es el Estado ni el Gobierno quienes tienen el poder político real. El único de los poderes del Estado que está determinado, que es el único capacitado y el único resuelto a que se produzca un despertar reivindicativo, es el pueblo. Ese es el principio de realidad que se hace bellamente presente cuando se trata de descartar a un individuo despótico con vocación de tirano que desafía al juez supremo. Se produce entonces el apocalipsis, la rendición innoble de quien en su día prometió no dar un paso atrás y que ahora no da ni un paso adelante.
El autor es abogado.
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