Cambio de actitud ante el medioambiente
Si algo positivo se puede hallar en medio de los estragos causados por las lluvias durante las últimas semanas, es sin duda el fuerte sacudón que se ha dado a la conciencia colectiva. Después de muchos años durante los que las voces de alerta eran desoídas con indiferencia y desdén, ahora sí están dadas las condiciones para que empiecen a tomarse en serios asuntos como la relación entre el bienestar de la población cochabambina y el medioambiente que nos rodea.
Una primera muestra, todavía pequeña pero alentadora, ha sido la decisión de la Gobernación de cambiar de actitud ante el manejo de cuencas, como ha informado el secretario de Planificación de esa institución. Según ese anuncio, el asunto pasará a ser una prioridad después de muchos años durante los que fue relegado a un lugar marginal en la agenda departamental y la de los municipios afectados por el problema.
El primer paso en esa dirección ha consistido en hacer públicos los datos que dan cuenta de los extremos a los que llegó la negligencia en todos los niveles de gobierno –central, departamental y municipales–, a lo que ahora se debe agregar la inoperancia del Consejo de la Región Metropolitana Kanata.
Las cifras que dan cuenta de la gravedad del error cometido son muy elocuentes. Como se informa en la edición de ayer de este matutino, el presupuesto asignado al manejo de cuencas fue reducido de un promedio que bordeaba los 50 millones de bolivianos, cuando todavía existía el Programa de Manejo Integral de Cuencas (Promic), a no más de los 9 millones actuales.
Si se considera que los recortes fueron aún más severos en el presupuesto asignado a la conservación del Parque Nacional Tunari, entre otros asuntos relacionados con el mismo problema, se puede tener una cabal idea de los extremos a los que durante los últimos años llegó el desprecio por la preservación de la salud medioambiental.
Si a los anterior se suma el desprecio con que los gobiernos municipales pasaron por encima de las recomendaciones científicas, de las leyes y normas, hasta del más elemental sentido común, al fomentar la urbanización de zonas agrícolas y áreas protegidas, resulta fácil tener una cabal sobre la directa relación que hay entre los desaciertos gubernamentales y las catástrofes ambientales.
Ahora, cuando lo peor parece haber pasado, sólo cabe esperar que los buenos propósitos no se diluyan y que sea muy pronto que veamos pruebas claras, plasmadas en políticas públicas muy concretas, del tan necesario cambio de actitud ante los problemas ambientales.