Aleccionadoras experiencias ajenas
Aunque hay un viejo y muy conocido dicho según el que “nadie aprende en cuero ajeno”, hay situaciones en la vida de las personas, de los grupos sociales, y también de los países, en las que no está demás observar de cerca las experiencias de quienes han recorrido ya por caminos similares al propio. De los aciertos y errores ajenos se pueden extraer útiles lecciones y en la medida que se las asimile evitar reincidencias inconvenientes.
Las amargas circunstancias por las que están atravesando muchos países de nuestra región son muy ilustrativas al respecto. Basta ver los estragos que la corrupción en todas sus formas está causando en países vecinos para ver que no hay sociedad ni grupo social ni gobierno y mucho menos corriente ideológica alguna que pueda atribuirse seriamente una superioridad que la ponga por encima de las más bajas pasiones y ambiciones humanas.
En ese contexto, el caso de Venezuela se destaca con toda nitidez. Lo ocurrido en ese país durante las últimas dos décadas es un muy elocuente ejemplo de los extremos a los que puede llegar el envilecimiento de la actividad política y la degeneración de una causa que en algún momento fue motivo de esperanza para la gran mayoría del pueblo venezolano y fuente de inspiración para quienes en otros países latinoamericanos, e incluso en otros continentes, todavía alentaban la ilusión de una sociedad mejor a través fórmulas revolucionarias.
Los extremos a los que nos referimos se manifiestan de muchas maneras, entre las que se destaca la concentración en pocas manos del poder económico y político. Las multimillonarias sumas de dinero de las que dispone con total arbitrariedad un círculo cada vez más estrecho de allegados a las cúpulas familiares y militares es una de las expresiones más visibles de ese fenómeno. Y como el manejo discrecional de los recursos públicos lleva inevitablemente a una tendencia similar en el terreno político, resulta su lógica consecuencia la tenacidad con que quienes usan y abusan del poder se aferren a él.
Felizmente, en Bolivia estamos lejos de llegar a extremos tan desastrosos como los que tienen a Venezuela al borde del colapso. Pero no se debe olvidar que también Venezuela, en sus días más esperanzadores, estaba lejos de su situación actual. Razón más que suficiente para no perder de vista que nadie puede sentirse libre de la acción corrosiva de las ambiciones políticas y económicas y que siempre es preferible prevenir que lamentar.