La nueva realidad
Sería muy difícil comprender el devenir del quehacer político del país sin advertir la percepción de crisis. El estrepitoso fracaso de los gobiernos “neoliberales” expulsados por las revueltas populares y la vía electoral, condimentaron una olla de deslumbrantes brebajes de solución a las crisis de la salud, de la educación, de la justicia, como también a la desocupación, la miseria, la violencia, todo dentro de los estrictos marcos institucionales demarcados por la nueva Constitución Política del Estado. Al interpretar los análisis sobre la nueva realidad que quieren posicionar los originales hechiceros del régimen, burócratas acomodados de los movimientos sociales y algunos intelectuales de la izquierda, uno podría suponer que la repostulación presidencial no es resultado de la ambición, sino que afloró de los lineamientos y dirección estampados por las clases populares. Oponerse y no acatar el fallo del Tribunal Constitucional es una forma de oposición ilegítima, irresponsable e inmoral.
De cualquier manera, querer aprehender el momento histórico actual necesariamente nos obliga a considerar la situación de crisis institucional que caracteriza al Estado nacional y las presiones urgentes que avivan el respeto a los preceptos constitucionales. Si bien en los últimos años los bolivianos hemos experimentado cambios en nuestras formas de concebir al Estado, confiriéndole un rostro más social, estas nuevas concepciones no tienen su correlato concreto en el accionar político de las élites gobernantes, que parecen más preocupadas en la conservación del poder político. Hablar de la nueva realidad que enarbola el estandarte de la “mentira”, es hablar de impostura, incertidumbre, de negación del futuro. Es dentro de este contexto de crisis, y no de elecciones o pugnas de ideas, que hay un viraje de las estrategias gubernamentales hacia una dirección más autoritaria y hacia un Estado más arbitrario que descarta las luchas, consideradas como heroicas pero anacrónicas, desconectadas de las inescapables predisposiciones del cambio propuesto.
Los movimientos sociales, como el resto de todos nosotros, no son los creadores sino las víctimas de esta nueva realidad. La pura reafirmación del autoritarismo no constituye todavía un nuevo patrón de dominación estable, siendo evidente que éste ya no está funcionando y existe un estallido de rechazo más intenso y abierto para reestructurar o romper las relaciones arbitrarias que se nos quieren imponer. La posición del Gobierno, no muy diferente a los anteriores, que repudia su propia Constitución, se refiere a no comprometer sus privilegios y/o compartir los beneficios del poder. Una cosa está bien clara, defender nuestros derechos es inseparable de las tentaciones de dominación. En el centro de toda esta disputa hay un grito silencioso pero explosivo listo para reventar que nos muestra la “irrealidad” de la realidad presentada.
El autor es filósofo docente universitario
Columnas de ALBERTO PONCE FLEIG