Día de la mujer: no quiero flores, quiero respeto
Al mejor estilo del Grinch de la Navidad, personaje de ficción a mi entender incomprendido, me animo a realizar esta fecha una reflexión, a propósito de las felicitaciones y al medio día libre de asueto otorgado por algunas empresas a las mujeres trabajadoras, entre otros festejos que constituyen en sí mismos, un contrasentido con las trágicas connotaciones históricas del 8 de marzo, fecha en la que 146 mujeres murieron víctimas de un incendio provocado cuando realizaban dentro de su fuente laboral una protesta en demanda de salarios igualitarios a los de sus compañeros, hombres que realizaban las mismas funciones. Ellas demandaban condiciones menos inhumanas de trabajo en la fábrica textil de Nueva York donde eran sobreexplotadas.
A más de un siglo de ese suceso aún vivimos desigualdades mayúsculas. Aún hay risa generalizada y poca indignación por los “chistes” machistas escuchados a diario, que no hacen más que una parodia del drama que sufren muchas mujeres en este sistema patriarcal que en pleno siglo 21 continúa apoyándose en la mentalidad conservadora de los roles sexistas.
¿Por qué resulta gracioso que un hombre sumiso y oprimido realice labores domésticas? Quizás porque el imaginario sexista establece que es él quien debe someter y oprimir; entonces ser dominado por ella es motivo de burla y de menoscabo de su condición humana, condición que sólo corresponde a la mujer, porque ella es inferior y debe obedecer, no mandar, porque es un ser débil, dependiente, subordinado y, comparar a un hombre con una mujer, es burlesco.
Aún se asume como mandato natural reforzado por las creencias religiosas que los roles más notorios en el hogar, en el trabajo y en la sociedad no corresponden a la mujer. Los creyentes se refieren siempre en masculino a Dios, al Señor, al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, al Maestro, al Profeta, al Apóstol etc. y sostienen que el jefe de familia es el padre, por tanto él manda. En lo legal no es distinto porque los hijos llevan el apellido del padre, es él quien representa a la familia lo merezca o no. Y Lo peor, muchas mujeres ceden con inexplicable naturalidad su identidad individual a la que denomina “apellido de soltera”, e incorpora el apellido de su pareja precedido de un “de” que a mi entender, implica un sentido de dependencia, o en el peor de los casos, de propiedad fáctica.
Y ese sentido de propiedad no es inocuo. Su trascendencia es letal cuando en el ejercicio tan naturalizado del dominio masculino se llega a extremos de culpabilizar a la víctima y eximir indirectamente al agresor; llegando a justificar, implícitamente, violaciones o feminicidios con preguntas como “¿Qué habrá hecho para provocar que el hombre la mate?” o “¿Qué hacía esa mujer fuera de su casa a altas horas de la noche? o ¿Qué espera si sale con ropa provocativa?”.
Los avances son incipientes, los espacios importantes en la sociedad y en el campo laboral alcanzados por mujeres, comparativamente son pocos. En lo simbólico subsisten dos roles para ellas: el de servicio doméstico y el de objeto sexual, y la publicidad nos ahorra explicaciones cuando usa desnudos femeninos o asocia: hogar y cocina a mujer; mundo y oficina a hombre. En resumen: ella sirve en la mesa y en la cama, siempre sirve.
Entonces, ¿Por qué felicitar? ¿Por haber nacido mujer? ¿Es ese un mérito per se? Después de reflexionar, me resulta imposible observar acríticamente la banalización de esta fecha, a riesgo de convertirme en la Grinch del Día de la Mujer.
Pues no. No es un día para flores. Es un día para revertir la tradicional imagen de la princesita bella, delicada y carente de autonomía intelectual, casi minusválida que merece trato preferencial por lo vulnerable y fácil de dominar. Este es un día de reflexión. Es un día de cuestionamiento al sistema. Es un día para modificar conductas a partir del yo, a través de la educación en familia y en el entorno inmediato. Es un día para visibilizar las taras sociales que postergan a la mujer y, esgrimir todo argumento y acción para erradicarlas.
En fin, es un día para reivindicar el reconocimiento de la capacidad de las mujeres para aportar al desarrollo económico, político y social con derecho a la igualdad de oportunidades y al respeto de sus libertades individuales como ser humano, sin ventajas ni desventajas, simplemente en equidad.
Por ello hoy, no quiero flores, quiero respeto.
La autora es Politóloga y docente universitaria
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