Los mares nuestros
El oleaje azul de una tela, un inmenso pedazo de 200 kilómetros está ahí sostenida por bolivianos en el espacio de la mediterraneidad. El denominado “banderazo” en un país que no conoce la inmensidad azul pero que aun así, replica el discurso visual de un fantasma por la geografía nacional. También, en el espacio público, unos bailarines al estilo Fred Astaire, vestidos con trajes de marineros realizan un despliegue bastante inusual, danzando al mejor estilo de un baile foráneo y claro está la comisión que representa la demanda marítima de un país, que viajó a La Haya.
Como chilena viviendo con una mitad boliviana dentro, puedo dar fe de esa profunda necesidad, una que además de tener un fuerte componente de vinculatorio, hablando en términos comerciales, tiene componentes simbólicos vitales para un país.
En este contexto, puedo dar testimonio de la primera vez que pude mirar al gigante azul. Recuerdo que el arribo a Bolivia fue sin recuerdo del mar, porque jamás lo había visto, luego, viviendo en mediterraneidad por muchos años, pude junto a mi familia ir a conocer a mi país de origen, la costa marina. Viajaba en la comitiva un grupo de niños bolivianos que como yo, jamás habían visto un gigante. Niños y nosotros, cruzamos el desierto de Atacama en un bus y tras un viaje agotador y una inmensa loma de arena, vino la visión de un azul inédito.
Fue entonces una revelación compartida. Un aturdimiento inicial. Un espejismo que se materializa, el lugar no lugar, un espacio al que se arriba temporalmente y que luego se recuerda en los álbumes de fotos veraniegas. Se traen conchitas y se las pone al oído de cuando en cuando para viajar con el sonido imaginario a ese inmenso pedazo negado.
Más allá de las críticas o polémicas que pueda despertar el “banderazo” o ese baile algo naif ejecutado al aire libre, no se puede dejar de pensar en todos los bolivianos que sostienen esa bandera alrededor de valles y carreteras. Para todo mediterráneo el mar es un territorio al que se accede en vacaciones de fin de año o por otros medios figurativos, donde las playas no tienen olor.
Con el mar viene el puerto y este es un símbolo, es un puente que se extiende para que por él arribe el mundo, así entiendo la posibilidad de la costa, no el autoritarismo, venga de donde venga, o las cortinas de humo sobre la reivindicación de una vuelta al mar o la negación de una salida, cuando son usadas como estrategia política.
Por ello, pese a entender que el “banderazo” no es más que una manifestación simbólica con nula incidencia en quienes van a decidir qué hacer con la demanda marítima, quizá la resolución sea algo tan lejano como la salida soberana que se solicita. Para muestra un botón: el diputado y miembro de la comisión de Relaciones Exteriores de Chile, Jorge Tarud, que culmina pronto sus labores en el Congreso, dijo que el presidente Evo Morales “le está ofreciendo al pueblo boliviano soberanía chilena, aun cuando sabe perfectamente bien que ninguna Corte del mundo le va a ofrecer soberanía”. (Emol.com).
La autora es escritora y comunicadora social.
Columnas de CECILIA ROMERO