Tres árboles y un corso
Influido por las redes sociales, donde se desarrollan permanentes guerras de guerrillas en las que sus comandantes van dando cuenta de lo que sucede en la ciudad comentando y asumiendo posiciones sobre lo que otros hacen, es que me animo a escribir sobre la tala de tres árboles para instalar graderías en la ruta del retrasado “Corso de corsos” en Cochabamba.
El tema tiene varias aristas que conviene, por lo menos, recordar. La primera de todas es que el Corso de Corsos es un evento que provoca, desde que por primera vez se organizó, gran entusiasmo en la gente, en forma transversal al tejido social. De ahí que miles de personas siguen el trayecto de las comparsas desde las calles por donde avanzan y desde los edificios construidos a lo largo de la ruta.
Consecuencia de esa convocatoria es que también se trata de un evento que mueve mucho dinero y mucha gente lo espera para generar ingresos que de otra manera no pudiera obtener. Por tanto, además de ser un escenario de diversión, es un evento económico importante.
En ese sentido, la construcción de graderías para luego vender espacios para que los espectadores puedan sentarse durante las horas que dura el espectáculo, es parte de ese negocio del que no sólo se beneficia el Municipio, sino la cadena de vendedores que se organiza.
Otra arista es defensa del medio ambiente. Sin duda, éste corre muchos peligros en una actividad como la del Corso de Corsos. Partamos del objeto que motiva este comentario: el respeto a los árboles. Y en la misma medida en que es fácil explicar que haya funcionarios y ciudadanos que prefieran instalar graderías a cuidar árboles, porque “es la economía” la que impera, actitud similar a la que se asume en el nivel central del Estado para convencernos de que esta defensa es un invento del imperialismo y la derecha (Vicepresidente dixit), es difícil justificar dicha predisposición en tiempos en que el tema de la ecología es tan intenso.
En todo caso, corresponde una crítica a las autoridades del Municipio por no evitar que un interés económico particular dañe árboles y el espacio público, teniendo las normas suficientes para hacerlo y, más pragmáticamente, pudiendo presumir que esa acción depredadora les quitará apoyo.
El problema no queda ahí. El siguiente será, con seguridad, el de la basura y la conversión de las calles de acceso a la ruta del Corso en baños públicos. No sólo se trata de higiene, sino de estética urbana, responsabilidad compartida entre autoridades que no planifican la infraestructura adecuada de servicios sanitarios y basureros, y ciudadanos que creen que el espacio público es algo ajeno. Así, nuevamente se constata la necesidad de realizar permanentes y eficientes campañas de educación urbana (no de propaganda) consideradas erróneamente “gasto” y no “inversión a largo plazo”.
Este año, además, se presenta como argumento en contra del Corso de Corsos un elemento nuevo: solidaridad con los damnificados de las inundaciones, especialmente en la zona de Tiquipaya. Si se hiciera, empero, un registro de quienes en el momento de la tragedia han mostrado su solidaridad con acciones concretas probablemente serían los mismos que con más entusiasmo participarán en el Corso de Corsos.
Por último, estando en curso el proceso para realizar un referendo revocatorio en contra del Alcalde, el tema del Corso de Corsos se ha convertido en un espacio para la acción proselitista.
Empero, lo que no está en discusión es que se debe seguir trabajando para que todos nos comprometamos con la defensa integral del medio ambiente en nuestros propios espacios, y nos convenzamos que con coherencia y buena voluntad no hay antagonismo entre espectáculo, defensa del medio ambiente, generación de recursos y solidaridad.
Columnas de JUAN CRISTÓBAL SORUCO QUIROGA