El futuro del corso cochabambino
Desde hace ya casi 50 años, cuando a principios de los años 70 un grupo de radialistas cochabambinos tuvo la iniciativa de convocar al primer “Corso de Corsos”, ese desfile de comparsas se constituyó en uno de los principales elementos de los festejos carnavaleros.
No fue fácil ni rápido el proceso que llevó al corso cochabambino de la casi nada hasta ser uno de los principales espacios culturales y recreativos del departamento y, por consiguiente, un extraordinario motor dinamizador de diversas actividades económicas directa e indirectamente relacionadas con él.
Sin embargo, cinco décadas no pasan en vano y al parecer ha llegado la hora de hacer una evaluación pues, como se ha podido constatar el pasado sábado, hay características del corso que ya no se puede ni debe mantener. Y empecinarse en el afán de negar esa realidad sólo puede conducir a que cada año sea más difìcil compatibilizar ese festejo con elementales reglas de convivencia urbana.
Esos rasgos negativos a los que nos referimos ya se hacen notar desde hace muchos años, pero ahora se hicieron más visibles por varios factores. El principal de ellos fue la muy forzada manera como se insistió en la realización del corso, un mes después de lo que correspondía según el calendario carnavalero.
Los motivos que condujeron a tan anacrónico festejo fueron, según las explicaciones oficiales, tres: La principal, la condolencia con las víctimas de las bombas de Oruro y las riadas, la inconveniencia, desde el punto de vista de las arcas ediles, de devolver los montos recibidos por revendedores de aceras y, finalmente, la imposibilidad de que las unidades militares, principales animadoras del corso, luzcan sus habilidades dancísticas y creativas en la fecha prevista por haber dado prioridad a su participación en el “banderazo”.
A esas adversidades ese año se sumó el caos urbano ocasionado por las obras del viaducto de la Recoleta.
Si a lo anterior se suman los problemas ya recurrentes, como el corte de vías que multiplica el ya insoportable caos vehicular, la falta de parqueo, la abundancia de basura, daños al ornato público, se tiene un panorama completo sobre lo urgente que es la necesidad de cambiar la ubicación del corso. Y lo mismo vale para otras actividades, como los desfiles cívicos.
La idea no es nueva. Es de esperar que la experiencia de este año sirva para reconsiderar los criterios con los que hasta ahora se ha actuado.