Banderas, bien común y diálogo de sordos
Durante el siglo XIX, las élites que manejaban los Estados oligárquicos latinoamericanos (muy imbuidas de las ideas positivistas) generaron un culto obsesivo y racista hacia lo europeo, para amparar una división social del trabajo marcada por fenotipos étnicos. De esa forma, el nacionalismo que se expandió en el siglo XX tuvo, en un inicio, cierto cariz progresista al cuestionar los órdenes sociales plutocráticos, consolidando una gradual aceptación de una identidad colectiva.
Sin embargo, los nacionalismos latinoamericanos no dejaron de remitirse a sus pares europeos que se profundizaron a partir de la guerra franco-prusiana, con un tinte vigorosamente militar, chovinista y de justificación del uso de la fuerza con objetivos geopolíticos y ello derivó en cruentas guerras que se gestaron en los siglos XIX y XX.
Por ende, cabría recapacitar si la clásica representación de “patria” es beneficiosa para la humanidad, ya que en su nombre se justifican no solamente las peores atrocidades cometidas contra el prójimo que, por azar, nació en terruño ajeno, sino que se socapan las mismas atrocidades ante el “enemigo interno” (recordar, también, las dictaduras militares).
Específicamente en Bolivia, lo alarmante es que el “nacionalismo” ni siquiera ha evolucionado lo suficiente como para desligarse de lo más obtuso y estrecho de esos añejos chovinismos; todo lo contrario.
En ese sentido, continúan las manifestaciones más huecas de “patriotismo” al estilo de la “bandera más grande del mundo” y espectáculos militaristas afines. Se sigue nutriendo la exaltación “patriótica” que se sostiene en base a la xenofobia defensiva, escalofriantemente vigente cuando se aborda la Guerra del Pacífico y sus secuelas, sin contar las narraciones “heroicas” edificadas alrededor de la tragedia, la muerte y la venganza.
Mientras tanto, habría que analizar si igual apasionamiento aflora con el resguardo del bien común (lo que debería ser, por esencia, la encarnación de esa “patria” que decimos venerar). Y, en eso, el cómo tomamos el tema ambiental en Bolivia, tiene bastante que ilustrar. ¿O nos preguntamos cómo está la protección de los parques nacionales? ¿Cuál es el estado de los ríos, de nuestros “lagos sagrados”, del aire que respiramos? ¿Cuidamos los espacios públicos, las áreas verdes? ¿Acaso, en innumerables casos, los bienes y recursos públicos no son botín de beneficios particulares? ¿No es indicador de cómo concebimos al bien común el hecho de que cualquier expresión colectiva derive en un basural? ¿Si accediéramos a la tan añorada costa en el Pacífico, sería similar el trato a ese entorno natural?
Finalmente, hay un asunto que amerita tomar en cuenta si se pretende saldar las consecuencias que trajo la Guerra del Pacífico para el país. Los maniqueísmos, estereotipos y mitos que replican las historias “nacionales” de la guerra son similares en los tres Estados involucrados. Así como en Bolivia nos educan alimentando la herida de nuestra mediterraneidad porque “los chilenos nos robaron el mar”, en Chile se potencia la defensa “por la razón o la fuerza” de lo que obtuvieron con la victoria de guerra. Entonces, aunque Bolivia gane la demanda presentada en la Corte de La Haya, lidiará con un vecino tan chovinista y militarista como ella y hasta más. Y, obviamente, en esas condiciones, es muy probable que sea un diálogo de sordos.
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA