Stephen Hawking
Nació en Oxford, Inglaterra, el 8 de enero de 1942 y falleció en Cambridge el 8 de marzo del presente, a los 76 años de una vida intensamente productiva en ciencia superior, fue un astrofísico excepcional.
Desde que Einstein, el siglo pasado, con su magistral ecuación E=m.v2, demostró que la energía es igual a la masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado, inferimos que la realidad objetiva es consecuencia de la transformación de la energía y viceversa.
Gracias a mentes privilegiadas sabemos que la materia del universo fue originada en el misterioso vacío cuántico, el lago primordial de la energía sin entropía, inefable misterio, principio cosmogénico del Creador, presente en el diminuto punto de materia que estalló en el Big Bang hace 15 mil millones de años, con algún propósito ignoto y grandioso.
En el devenir del tiempo millones de sistemas estelares, galaxias y soles con sus planetas girando en órbitas. En la constelación de Orión apareció nuestra estrella con su cortejo planetario y en el tercero, su biósfera circundante en cuyo seno, luego de 4 mil millones de años, apareció la vida. Advino el ser humano en el África hace 4 millones con una perspectiva de especie dotada de un cerebro prodigioso y de un espíritu mitad ángel alado, mitad diablo, pobló todo el planeta.
Entre los grandes científicos figurará el genio de Hawking quien afirmó con lucidez: “Mientras más examinamos el universo, descubrimos que de ninguna manera es arbitrario, sino que obedece a ciertas leyes bien definidas que funcionan en diferentes campos”. “A muchos científicos no les agradó la idea de que el universo hubiese tenido un principio, un momento de su creación”.
“Hay un propósito inefable en el ordenamiento universal. Está todo ajustado finamente. Si la carga del electrón fuese diferente, se alterarían las fuerzas electromagnéticas y gravitacionales, entonces no hubiera sido posible la existencia de la vida. Si encontramos la respuesta del por qué nosotros y el universo existimos, tendremos el triunfo definitivo de la razón humana y habremos alcanzado el conocimiento de la mente de Dios”.
Dolorosamente, el cerebro del cosmólogo, enfermo de esclerosis lateral amiotrófica, por la grave dolencia, perdió su entramado neuronal y fue apagándose. Sus concepciones cambiaron y tras el divorcio en 1991, perdió lucidez completa declarándose ateo: “No hay ningún Dios. La religión cree en los milagros pero estos no existen”.
Todos sabemos que Dios y los milagros sí existen.
Columnas de GASTÓN CORNEJO