Era de crepúsculos
Dos imágenes de la semana pasada: Una) la solemne sesión donde abogados con blancas pelucas desgranan discursos sobre derecho internacional, dos) furiosos choques y desbandadas, envueltas en espesas volutas de gas, durante los enfrentamientos entre la Policía y los productores de coca yungueños. La primera enseña la capacidad residual de una supremacía política, que apela al último de sus recursos para montar una escena destinada a simular una presencia nacional cohesionada, mientras la segunda enseña el desgarramiento profundo al que conduce la imposición de un modelo político declinante.
¿Puede el resultado del juicio de La Haya restaurar para el régimen toda su fuerza desgastada y convertir su ocaso en alborada? La respuesta de los partidos opositores es concluyentemente positiva, aunque no lleguen a confesarlo públicamente, y en consecuencia suponen, concordando con el séquito que rodea al jefe de Estado, que le conducirá a una nueva victoria electoral, cómoda, aunque sin la rotundidad de las anteriores.
El fatalismo de esta visión, basada en el sesgo que supone asimilar una sola cara de la compleja realidad y una profunda amnesia sobre el hecho que el MAS fue derrotado en las urnas el 21 de febrero, pocos meses después de que Chile sufriera un importante contraste en el juicio de La Haya, depende más de una secreta y culposa debilidad que de un simple error de apreciación.
El origen profundo de este derrotismo, apenas encubierto, radica en que los partidos que juegan a oponerse y reemplazar al régimen conocen las debilidades de su programa de gobierno, encabezado por propuestas de devaluación, despidos masivos en la administración pública, así como varias otras medidas de sinceramiento fiscal, económico y social que no se atreven a mencionar y menos discutir ahora –como probablemente tampoco se atreverán a reivindicar durante la campaña–, dejando tal responsabilidad a especialistas que se ocupan de ellas en páginas de opinión, editoriales y publicaciones “técnicas”.
Toda su esperanza radica en que el indudable y creciente desgaste oficial alcance cotas tan altas el año próximo que ellos puedan imitar las tácticas publicitarias de Paz Estenssoro en 1985, cuando ganó la elección prometiendo un misterioso y hermético cambio total, que nunca fue develado hasta la promulgación del célebre decreto supremo 21060. Pretenden olvidar que, a diferencia del tiempo en que se dio aquella experiencia, las fuerzas y organizaciones que resistirían ese tipo de medidas tienen hoy una vitalidad y energía inexistentes en la época en que emergieron los neoliberalismos latinoamericanos.
En las raíces más profundas de su pesimismo se halla la culpable certeza de que carecen de una visión alternativa de país, porque al final de todo, comparten con el MAS la misma noción de que no hay otra que seguir experimentando de las mismas recetas de desarrollo, que las que se heredó del plan Bohan y el nacionalismo del siglo pasado.
En realidad existen nuevos paradigmas que parten de plantarle cara a los tremendos desafíos que supone una forma de vida que asuma, enfrente y empiece a resolver los problemas que trae el cambio ambiental que hemos provocado y la edificación de nuevas infraestructuras de comunicación, energía y transporte (Rifkin), como parte de los profundos cambios que son parte de la llamada economía del conocimiento.
Pero, tratar de entender estos retos está tan lejos de la oposición partidista como del oficialismo, porque el crepúsculo del régimen también lo es el de sus retadores electorales tradicionales.
Por eso, no atinan siquiera a convencerse que para ensayar salidas distintas a su derrota asegurada, o a un revocatorio temprano de una hipotética y trémula victoria pasajera, tienen que atreverse a experimentar respuestas no previsibles, como anunciar que, al menos en la próxima elección nacional, no imitarán el caudillismo del MAS y presentarán candidatos principales que no sean los de siempre. Este sencillo paso abre el resquicio par empezar a mover el tablero de modo que la alternativa obligada no sea escoger el ocaso de los unos o de los otros.
El autor es investigador y director del Instituto Alternativo.
Columnas de RÓGER CORTEZ HURTADO