Cuando el sueño sea realidad…
Hace pocos días pasaron 50 años de la muerte de Martin Luther King, Jr., asesinado el 4 de abril de 1968 en Memphis, Estados Unidos, a sus 39 años. King fue un pastor de la iglesia Bautista, que se desempeñó al frente del movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos y que, además, participó como activista en numerosas protestas contra la guerra de Vietnam y la pobreza. Por esa actividad, a través de medios no violentos, encaminada a terminar con la segregación y la discriminación racial en EEUU, fue condecorado con el Premio Nobel de la Paz en 1964. Con el tiempo, él mismo se volvió un mito, una leyenda, un tesoro nacional y un icono de la lucha por la igualdad, no sólo de los “negros”, sino de todos los otros oprimidos, inscribiéndose en la lista de los grandes de la desobediencia civil no violenta, iniciada por Gandhi en la India. King era un orador fuera de serie y sus discursos marcaron la historia del movimiento. Su discurso más famoso pronunciado en Washington D.C. es conocido bajo el nombre de ‘Tengo un sueño” (I have a dream) en el cual decía:
“Amigos míos, os digo hoy: todavía tengo un sueño. Es un sueño profundamente enraizado en el sueño americano. Tengo un sueño: que un día esta nación se pondrá en pie y realizará el verdadero significado de su credo: ‘Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres han sido creados iguales’.
Tengo un sueño: que un día sobre las colinas rojas de Georgia los hijos de quienes fueron esclavos y los hijos de quienes fueron propietarios de esclavos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de fraternidad.
Tengo un sueño: que un día, incluso el estado de Mississippi, un estado sofocante por el calor de la injusticia, sofocante por el calor de la opresión, se transformará en un oasis de libertad y justicia.
Tengo un sueño: que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel, sino por su reputación.”
Actualmente, los afroamericanos representan el 13% de la población estadounidense. Teóricamente los esclavos negros de Norteamérica fueron liberados y la esclavitud abolida, durante la guerra de secesión, en el año 1863, por el presidente Abraham Lincoln, pero las organizaciones racistas, como el Ku-Klux Klan y otras, han actuado abiertamente en los estados del sur hasta nuestros días. Sobre todo las mentalidades, las leyes y las costumbres discriminatorias como la segregación en escuelas, restaurantes y transporte público continuaron casi hasta el final del siglo XX. Ni los asesinatos de los activistas ni los éxitos de la presidencia de Barack Obama han podido acabar con la supremacía blanca. La discriminación de los afroamericanos en los EEUU no se acabó en los 50 años transcurridos desde el asesinato de Martin Luther King. Abundan todavía las noticias sobre los jóvenes “negros sospechosos” que mueren por los disparos de la Policía delante de su casa, sólo por el color de su piel.
“Cien años después, –decía King– las personas negras todavía no son libres. Cien años después, la vida de las personas negras sigue todavía tristemente atenazada por los grilletes de la segregación y por las cadenas de la discriminación. Cien años después, las personas negras viven en una isla solitaria de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después, las personas negras todavía siguen languideciendo en los rincones de la sociedad americana y se sienten como exiliadas en su propia tierra.”
El autor es comunicador social.
Columnas de STANISLAW CZAPLICKI