12 de abril, no tenemos qué festejar
Este 12 de abril, no tenemos qué festejar. Las cifras que muestran el maltrato hacia los niños y niñas son espeluznantes. En la región latinoamericana, aproximadamente existen 70 millones de niños que viven en situación de pobreza, y dos de cada tres sufren continuamente violencia física o psicológica.
Bolivia supera las cifras mundiales de violencia sexual infantil y adolescente. Según la Red de Protección a la Niñez y Adolescencia, 23 por ciento de niños y adolescentes antes de cumplir los 18 años sufren agresión sexual. Esa cifra es muy alta.
Los números y los hechos diarios nos muestran una niñez maltratada por el entorno familiar o por personas que tienen cercanía a la niña o niño, lo que imposibilita o dificulta la detección y las denuncias. Esto supone que el problema es más común de lo que nos imaginamos y de lo que las cifras indican.
En un mundo adultocéntrico, donde el poder del adulto en sus varias manifestaciones, desde los más cruentos e inimaginables castigos: puñete, cinturón, manguera, encierro, encadenamiento, agua fría, agua caliente, violación, e incluso el infanticidio recae en la niñez, nos muestra crudamente que como sociedad nos acercamos al abismo. El buen estado de una sociedad se puede medir por el bienestar en el que se halla su niñez y en el país la violencia se ha apoderado de las relaciones sociales cotidianas. Las torturas, de manera literal, a las que son sometidas las niñas, niños y adolescentes, no tienen nombre.
La niñez, esa etapa única, en la que cada niño y niña debería sentirse protegido, tener los derechos básicos resguardados, pues está a cargo de una persona mayor o de una institución, se halla transgredida.
La situación empeora si crecemos en una cultura en la que el maltrato a los niños y niñas es común y normal. El ejercicio del abuso del adulto que tiene autoridad, se naturaliza y la problemática entonces se agrava, pues ni siquiera existe conciencia de que se está vulnerando los derechos del niño o niña. Y peor aún, dista bastante el hecho de que por afecto se tenga conciencia de que no se debe hacer daño a un menor de edad. Esto nos muestra que el problema debe ser abordado no sólo mediante leyes y códigos, sino con concientización y campañas de sensibilización para revertir esa cultura de la violencia generalizada en la que vivimos.
No olvidemos que estamos criando a los adultos del mañana, si los educamos en un ambiente de violencia, tendremos unos adultos con baja autoestima, miedosos, inseguros de sí mismos y otros violentos que repetirán el círculo de la violencia del cual es difícil salir.
La autora es socióloga y antropóloga.
Columnas de GABRIELA CANEDO VÁSQUEZ