El efecto perverso del proteccionismo de Trump
El proteccionismo anunciado por el presidente Donald Trump y que implicará alza de aranceles para productos chinos que ingresen al mercado norteamericano, tal vez tenga impacto en el corto plazo, pero a la larga creará un efecto perverso, o sea, un resultado contrario al esperado por el país del norte.
Desde hace décadas he reiterado en varias notas el concepto de “destrucción creativa”, original de Karl Marx (1818-1883), tomado luego por el sociólogo Werner Sombart (1863-1941) y finalmente popularizado por Joseph Schumpeter (1883-1950), a quien muchos erróneamente le atribuyen la originalidad del término por haberlo incorporado en su teoría de la innovación.
La destrucción creativa se da por el cambio suscitado mediante la aparición de productos novedosos que van desplazando a los anteriores. El automóvil sustituyó al caballo y creó –junto con la aviación– nuevas condiciones de transporte paralelas al ya existente ferrocarril. De la misma manera (cada cual puede aportar sus propios ejemplos) los discos de vinilo fueron sustituidos por casetes, éstos por el CD y luego por el mp3. Inventos y mejoras van señalando nuevos rumbos al mismo tiempo que se extingue una generación anterior de bienes. Hoy nadie discute la importancia de la destrucción creativa –fenómeno que surge de la innovación y es esencial para el progreso–, al margen de los inevitables daños ocasionados a las víctimas involuntarias que deja en el camino.
La destrucción creativa se mide en niveles de crecimiento y/o de acumulación de capital, mediante nuevas formas de servicios, mejor utilización de la relación trabajo-capital, modificaciones técnicas profundas, etc. En el balance final, esa innovación provoca un cambio cualitativo.
Es común afirmar que sociedades abiertas estimulan incentivos innovadores y las cerradas son reacias a los cambios. La ventaja que siempre tuvo Estados Unidos ante potenciales rivales radicó en su enorme capacidad de generar destrucción creativa mediante constantes innovaciones que configuraban un desarrollo continuo y ascendente. Hasta hace poco Beijing solamente disponía de la tecnología ajena que estaba a su alcance, no contaba con procesos propios de destrucción creativa. Al no ser una sociedad incluyente y aparentemente carecer de innovación propia por copiar lo disponible, muchos pensaron que en algún momento el dragón dejaría de crecer. Sin embargo, en esta última década China ha demostrado tener bastante innovación propia; ahora el incremento arancelario propuesto por Trump la incentivará más. Al ser presionados por tarifas aduaneras los chinos se verán obligados a crear y dejarán de lado gran parte de su simple labor de copiar. En consecuencia, su propio proceso de innovación se expandirá y traerá consigo una mayor destrucción creativa, la que seguirá estimulando altas tasas de crecimiento económico. Esto irá directamente en contra de EEUU.
Es increíble que los genios de Washington no hayan considerado en sus análisis previos el tema clave de la innovación, tan claramente explicado por Schumpeter un siglo atrás. En el largo plazo el liderazgo mundial no necesariamente será militar; estará en manos de quien sea capaz de inducir el cambio tecnológico global. Siempre se creyó que ese ámbito sería un permanente e irrestricto monopolio estadounidense. Ya no será así, hay temporada abierta para quien innove más y China parece que puede tomar la delantera mundial...
El autor es excanciller de Bolivia, economista y politólogo.
www.agustinsaavedraweise.com
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