Corrupción y justicia, espejos de nuestra sociedad
Hay situaciones en la vida de las personas, de los grupos sociales y también de los países, que por lo intensas que son dejan una marca muy profunda en la consciencia de quienes las experimentan.
Es probable, y es de esperar que así sea, que el caso de las mochilas chinas llegue a tener esa importancia. Es que, además de su obvia dimensión política y económica, las polémicas que durante los últimos días se han abierto en las conversaciones cotidianas y muy especialmente en las redes sociales son algo así como un ejercicio de reflexión colectiva. Es como si el asunto nos hubiera puesto ante un espejo en el que se hacen visibles los rasgos más cuestionables de nuestra sociedad.
La corrupción es el aspecto que más se destaca. El descrédito de un sistema judicial rebajado a la condición de instrumento puesto al servicio de las pugnas políticas es el segundo. Y el lugar que ambos problemas ocupan en la escala de valores de toda la sociedad, y no sólo de los gobernantes, sean oficialistas u opositores, es el tercero y tal vez el más importante.
Sobre el lugar que la corrupción y el descrédito de la justicia ocupan en las preocupaciones de la gente no hay mucha novedad. Todas las encuestas indican que ambos temas son percibidos como los peores males que aquejan a nuestro país.
Lo que no está tan claro, y lo que experiencia como la que comentamos puede ayudar a develar, es el lugar que cada persona, más allá de sus respectivas inclinaciones, afinidades y compromisos políticos e ideológicos, ocupa en ese escenario.
Visto el asunto desde esa perspectiva, resulta evidente que la nuestra es una sociedad con muy serias dificultades para establecer su escala de valores y reconocer los límites que separan lo que está bien de lo que está mal, lo que es admisible y tolerable y lo que no lo es.
Tan notable es esa confusión que adquiere plena actualidad la famosa “Ley de Campoamor”, según la que “En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”. En este caso, los colores que obnubilan las miradas son el verde y el azul.
No es casual que así sea. Porque detrás de cada acto de corrupción estatal hay empresas privadas, redes de parentescos y amistades, de solidaridades y complicidades más o menos aceptadas y toleradas. Quienes tienen en sus manos el gobierno municipal, departamental y nacional no son los únicos implicados ni los operadores del sistema judicial los únicos que confunden sus intereses propios con el bien común.