El (abuso de) poder
Según el certero Rius, los mexicanos son “supermachos” por aguantadores, supervivientes estoicos y veteranos del abuso de poder. Y, a pesar de las similitudes históricas, sociales, políticas que compartimos con México, creo que hasta lo de “supermachos” está quedando chico para Bolivia.
A estas alturas, es ineludible el nefasto legado de las dictaduras militares en América Latina. Abundan los testimonios, las retrospectivas, las investigaciones, los estudios, los análisis. Sin embargo, como una especie de escupitajo a las víctimas de los regímenes autoritarios, fuimos capaces de elegir democráticamente a un dictador, nada más y nada menos que al que inició las dictaduras militares enmarcadas en la “Doctrina de Seguridad Nacional” de la década de 1970. Y después de la sangre que corrió y de abrumador esfuerzo, se consiguió meter tras las rejas al otro, ese cuyo régimen era la continuidad del banzerato, sólo que aumentado y corregido con los sanos ejemplos de Pinochet, Bordaberry, Videla, etc.
No obstante, mientras un dictador y sus esbirros se dieron el lujo de volver a gobernar, sucede que el que (se supone) pagó el pato, fue confinado con la manutención de privilegios que remiten a las leyendas negras de los narcos más famosos. García Meza no solamente tenía una “celda” con parrillero y baño privado, sino que siguió recibiendo un sueldo (que pagamos nosotros) y otros beneficios por ser militar. ¡Tanto crimen, tanta agonía de seres humanos y he ahí la penitencia!
Ello ocurrió y ocurre en nuestras narices. Un dictador que, lejos de pagar sus delitos, regresó a gobernar elegido democráticamente. Otro dictador “encarcelado” con privilegios y lujos de nuevo rico. Una institución que, luego de cuatro décadas, todavía no ha purgado el haber colocado los aparatos represivos para asesinar y vejar a su pueblo. ¡Y gobiernos que permiten, socapan y alimentan la impunidad y la injusticia, que ni siquiera por cuestiones de deudas históricas, mueven un dedo, sino todo lo contrario! ¿Acaso eso no es un abuso de poder que estampan en nuestras caras?
Con semejantes antecedentes, se van dilucidando pautas para comprender nuestro comportamiento colectivo en relación a hechos lamentables del presente. ¿Será que llevamos tan internalizada la corrupción, que cuando cometen fechorías indisimulables y evidentes, no falten los sumisos, miserables y arrastrados, que por su pega, sus simpatías partidarias, angurria de poder, unas chauchas misérrimas o simple y llano llunkerío, se pongan a defender lo indefendible y a socapar a aquellos que nos embaucan, cínica y escandalosamente, en la administración de la gestión pública? ¿Es tan fácil que, entre otras aberraciones que ejecutan, se atrevan a promover el fracking para la exploración hidrocarburífera, cuando son inexcusables las terribles consecuencias ambientales que implica, siendo que tal método ha sido prohibido en países en los que no se soporta el abuso de poder? ¿Continuará impune la cotidiana violencia doméstica, incluso encubierta por la misma institución que ampara a los tiranos?
Entretanto, en el meollo de la docilidad, de la adicción a la sumisión, de la precaria memoria, ¿dónde cabemos los que no poseemos el alma conformista y menos consideramos justa la doble y conveniente (para algunos) moral cristiana de entregar la otra mejilla a la agresión, al engaño, al atropello, a la injusticia?
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA