El Facebook ¿un nuevo campo de disputa política?
Más allá de las discusiones sobre las bondades o perversidades que trae el uso de la tecnología digital a nuestra vida cotidiana, lo cierto es que parece haber llegado para quedarse. El uso y apropiación se ha extendido en distintos ámbitos de la vida privada y pública; pero me interesa de manera particular referirme a su impacto en el ámbito político. En este momento, es impensable la dinámica política prescindiendo de las redes sociales; en particular, el Facebook, que ocupa un lugar importante entre las redes y se ha convertido en un escenario privilegiado de disputa discursiva y simbólica que no se limita a la visibilización de la realidad política –con sus verdades, posverdades, mentiras, pasiones, trivialidades y exacerbaciones– sino también como el lugar en que se instalan temas, agendas, se producen confrontaciones y adhesiones y, aunque de manera tímida, también se ha logrado constituir en un lugar de autoconvocatoria, organización y movilización social. De hecho, es un medio alternativo importante de intercambio y movilización social sobre todo en lugares donde el poder ha monopolizado los medios de comunicación convencionales, como ha sucedido recientemente en Nicaragua durante las protestas contra el Gobierno, o en muchos otros lugares del planeta con efectos políticos impactantes.
En estas nuevas formas comunicacionales interactivas, fugaces, espontáneas han caído en desuso los grandes relatos, las utopías y la profusión argumentativa. En las redes hemos sido precipitados al abismo del hashtag, de las frases sueltas y cortas, de la etiqueta, del meme, del humor y la sátira –como armas políticas diría Bajtín–, pero también del insulto y la agresión, del desencadenamiento de pasiones. No obstante, ninguno de estos sentimientos o emociones tendría asidero si no nos remitiera inmediatamente a algún aspecto de la realidad. Si bien el Facebook es un lugar de expresión abierto, desordenado y caótico de ideas, visto con cuidado permite inferir tendencias interesantes pues es un lugar en que se expresa el malestar ciudadano, la inseguridad, los miedos, esperanzas, aspiraciones, celebraciones y broncas. Todas ellas son el reflejo de un estado de ánimo social, del sujeto fragmentado que va al encuentro del otro para constituirse en el mundo virtual y eventualmente, real.
A pesar de las críticas y contradicciones, este dispositivo es cada vez más utilizado por los actores políticos individuales y colectivos, a tal punto que genera incomodidad al poder, que intenta diseñar estrategias de control y regulación en un espacio que por sus características es inasible, múltiple, casi anónimo y desbordante.
El gobierno boliviano hace pocos meses ha declarado la ‘guerra digital’ mediante la creación de un bunker, armando a miles de jóvenes y ampliando su presupuesto como respuesta a la ingobernable profusión de mensajes, memes, audios, videos, gifs, etcétera que inundan los lugares comunes de los usuarios, que se sienten casi inconscientemente impulsados a reaccionar, a decir algo, a participar en la construcción de un mensaje o destruirlo mediante su descalificación.
No pretendemos ignorar los efectos nocivos que genera, como la invasión a la vida privada (que cada quien la expone voluntariamente), la manipulación de datos, el filtro que limita y maquilla la información de la realidad, entre otras cosas, que han sido denunciadas escandalosamente a nivel planetario o la manera “siniestra” en que se crean verdades ante lo cual, como ciudadanos-usuarios siempre tenemos la opción de desconectarnos si así lo queremos, pero los políticos no pueden prescindir de este nuevo lugar en que hoy habita la política.
Columnas de MARIA TERESA ZEGADA