Evo y el Jacha Tata Danzanti
¡Todo fue, todo es idéntico, ya todo sucedió!
Esta es una sentencia que, como una espada de Damocles pende de las vigas del tiempo y del espacio. Tiempo y espacio son, desde una unidad vigorosa, un Taypi inescrutable que pervive, en armonía en la circularidad nietzscheana, en ésa que se va construyendo a base de encuentros y desencuentros que, como una calesita, gira y gira.
Esta sucesión en el tiempo y el espacio, que también es un Taypi andino, es sabia y cíclica. Los aymaras más contemporáneos traducen esa dualidad de tiempo y espacio como algo más que una conjunción. ¡Es el cosmos!
Por estos días y casi de una manera repetitiva, he estado viendo “La Nación Clandestina” (1989) del grandioso Jorge Sanjinés. En esta película confluyen, en equilibrio perfecto, varias vetas temáticas que aparecen una tras otra y se van cohesionando hasta conformar esa poderosa cosmovisión andina. Se desvelan misteriosas y caen en el centro de esa dualidad indisoluble del tiempo y espacio para consolidar la circularidad como una sentencia de vida.
Existe un pasado, un presente y un futuro. El nayra pacha, el jichha pacha y el jutiri pacha o qhipa pacha. Entre estas tres temporalidades están nuestros actos, lo que el hombre hace, dice y vuelve a hacer. Y lo que se hizo, se dijo y se volverá a hacer, tendrá consecuencias graves en ese devenir del eterno retorno.
Sebastián Mamani, el protagonista, es un campesino de origen aymara que por haber cometido una serie de irregularidades y haber traicionado a su comunidad es expulsado.
Luego de haber experimentado la vida en la ciudad, Sebastián regresa para ejecutar el baile del Jacha Tata Danzanti y ofrecer su vida en medio del arrepentimiento y el sacrificio y así redimir sus culpas.
Sanjinés ha sido profético, no sólo ha apuntado a ese mandato de causa y efecto del mundo andino, sino también ha advertido que las naciones clandestinas no necesitan ser descubiertas, sino abiertas completamente hacia un flujo de valoraciones y oportunidades, donde sus tiempos y espacios sigan siendo los mismos, pero con una reivindicación de su ética comunitaria, respeto, armonía y sobre todo convicción plena para convivir en su diversidad.
Hoy, más que nunca, es necesario aprender de esos mandatos. Los de ahora se confunden en medio del autoritarismo y la deslealtad. Se ha producido una ruptura entre lo que se pensó que podía ser, se dijo y lo que se está haciendo o se hará.
El gobierno de Evo morales es su mejor representación.
No se trata de convertir a Bolivia en una sociedad pedigüeña, sino de procurar una nación con menos desequilibrios, desigualdades y sobre todo con un apego profundo al respeto por las diferencias de opinión.
Evo Morales ha transgredido los principios elementales de la comunidad, ha dado la espalda a quienes creyeron en su palabra, en esa que no se rubrica, sino se cree, porque se supone que se está frente al igual. Las naciones clandestinas no fluyen, continúan ancladas en sus aspiraciones y deseos de fortalecerse como comunidades y sociedades que necesitan autogestionarse. El etnodesarrollo apunta a un potenciamiento estrictamente social, cultural y político. No hacia posturas exhibicionistas, utilizando la retórica del impostor: “Miren a los moxeños, sirionós, quechuas, aymaras… son como yo, indígenas, visten humildemente. Hay que valorar sus tradiciones, sus vestimentas, sus colores, sus bailes y sus lenguas”. Amén.
¿Hay que estar con el proceso de cambio?
¿De qué cambio estamos hablando? ¿Del que muchos oportunistas, vivillos, villanos, tránsfugas, alimañas y ramas afines se están beneficiando?
¿De esos que proponen y disponen sin medida ni clemencia de los recursos económicos?
¿De esos que, bajo la tristemente célebre frase: “Yo le meto nomás”, legitiman lo ilegítimo?
Bolivia, un país surrealista, donde cada vez que se quiere se gasta millones en elefantes azules que vagan su soledad y su silencio.
Un país en el que se propuso que cada ministro tenga su avión.
¿Un país en el que a su Presidente se le ocurrió la brillante idea de tener una nueva “Casa Grande del Pueblo” gastándose una millonada?
Macondo, en Cien años de Soledad, o Comala, en Pedro Páramo. En el primero, un universo desconocido con costumbres disfuncionales, en el segundo, la búsqueda de un paraíso y, sin embargo, el encuentro de un purgatorio.
Macondo, para saber que los Melquíades siempre tienen el as bajo la manga y el discurso alegórico. Comala, para advertir la conducta injusta y desleal de los Pedros Páramo.
En ambas, está omnipresente un sentimiento tormentoso que en estos tiempos se reafirma más que nunca, producto del descontento y de los vacíos que experimentan las sociedades: la soledad y la desesperanza.
Bolivia combativa y estafada. Su historia política está llena de despilfarros y pillerías. Su destino marca el tránsito ubicuo de circos y magos, saltimbanquis y maestros en imanes. Atrapan y no sueltan hasta agotar las energías.
¿Cuál es la diferencia entre izquierda y derecha en estos tiempos, oráculo? ¡Ninguna! Los conceptos de una y de otra ya quedaron sepultados por las inconsecuencias de sus líderes.
De la izquierda en Bolivia, hoy sólo queda la nostalgia de que en una época sirvió para afianzar las conciencias extraviadas y hacer latir más fuerte los rojos corazones. Todo lo demás se convirtió en demagogia, impostura y venganza.
Ahora, su afán de poder y de dominio no tiene límites, les da lo mismo prevaricar que estafar. Todo, bajo el signo del cambio. ¡Una nueva era nació sobre estos tranquilos parajes! ¿Una era participativa y democrática? ¡Ja!
De la derecha, aún queda el suave murmullo de quienes se hicieron ricos y sabrosos empeñando el país. Laten sus corazones por retornar en un futuro no muy lejano a “La silla del águila”, rememorando la novela de Carlos Fuentes.
Pero no hablan muy alto, temen que esta coyuntura, “respetuosa de las libertades”, los escuche y entonces se desate una cacería implacable de neoliberales, oligarcas e imperialistas y los metan a todos a la cárcel. En su tiempo, su afán de poder no tenía límites, les daba lo mismo prevaricar que estafar.
En estos tiempos, poco debe importar si los gobiernos son de derecha o izquierda. Al final de cuentas ese es un recurso de los demagogos y los consumistas. Lo que de verdad cuenta es que esos gobiernos demuestren resultados claros: menos desigualdades y mayor aproximación al Estado de Bienestar.
Menos índices de pobreza y postergación. Más educación y salud y menos ignorancia. Democracia y participación, unidos a las leyes, garantizando la vía y la vida libres.
En Bolivia, “el Gobierno de todos y para todos” fue el inicio del cuento. ¿Culitos blancos y originarios alimentados con el mismo seno de la madre tierra. Sin distinciones, sin discriminaciones y sin preferencias? “La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”. ¡Incoherencias de don Ramón!
El argumento del cuento también garantizaba la libertad al disenso y al debate político. La alternancia en el Gobierno y el fortalecimiento de la democracia a través de la participación de fuerzas políticas que sumaran propuestas y no dividieran, eran vientos de cambio que afianzaban la fe perdida. La dialéctica como método de consenso y avance hacia esa paridad de ideas y conclusiones, era otro magnífico deseo que desgraciadamente nació escuálido y murió. Hoy, todo eso es nada.
Mientras tanto, la extrema pobreza en las zonas más lejanas del país continuará sin ser descubierta. Esas naciones clandestinas continuarán alimentándose de su ética y de su esencia cíclica. Vigorosas convicciones que las hacen inquebrantables, pero que en algún momento de su histórico tiempo y espacio, juzgarán las traiciones y los exabruptos, eso también es cuestión de tiempo y espacio.
Y aunque Evo Morales jamás ejecutará la danza del Jacha Tata Danzanti, la historia se está encargando de quitarle la máscara y de evaluar sus despropósitos y juzgarlo, entonces, sólo entonces, Morales sentirá la necesidad de retornar a un estado original, como el eterno retorno de lo idéntico, al principio de todo.
El autor es comunicador social.
Columnas de RUDDY ORELLANA V.