Absurdos controles policiales
Domingo, 19 horas, sobre la carretera Cochabamba - Valle Alto, la inmensa fila de vehículos avanza lentamente en dirección a la ciudad. Tan lentamente, que recorrer esos tres a cuatro kilómetros entre el fin de la fila y el retén policial demora cerca de 40 minutos.
Más de media hora de avanzar unos metros, detenerse, volver a avanzar. Hasta llegar al retén, donde una media docena de policías —unos cuantos de uniforme, otros de civil y algunos con la cara semicubierta— mira con gesto inquisidor a los conductores o se acercan a la ventanilla para interpelarlos alumbrándoles la cara con sus linternas.
¿Se trata de la búsqueda de algún sospechoso? o ¿es un accidente, más adelante, que representa un peligro para los vehículos y sus ocupantes y los agentes están ahí para alertarlos del riesgo y asegurarse de su bienestar?
No, nada de eso. “Estamos controlando a los conductores que están bebidos. Ha habido muchos accidentes”, explica uno de los policías, un suboficial que luce, encima de su uniforme verde olivo, un chaleco verde chillón con el rótulo “Tránsito” en letras negras.
Clara explicación que debiera tranquilizar y dar seguridad a los conductores. Nada de eso, pues varios, sino muchos, de los que están en la fila no dan más de impaciencia: aceleran y se pasan al otro carril, aquél por donde circulan los vehículos, menos numerosos, en sentido contrario. Invaden el carril prohibido para ellos, esquivan los vehículos que vienen en sentido contrario, vuelven a la fila en el carril correcto, luego invaden el carril contrario… como si se tratara de un juego de video.
Pero no es un juego. Es un absurdo peligroso lo que propician los policías: controlar accidentes e ignorar graves y muy riesgosas infracciones perpetradas en sus mismas narices.
Periodista de Los Tiempos
Columnas de Norman Chinchilla