Del ingreso a la universidad y… a la vida
¿Por qué preocupa que tantos jóvenes no aprobaran el examen de ingreso a la universidad? De casi 20 mil que postularon a la UMSS, aprobaron menos de ocho mil.
Si bien las pruebas son un filtro para ajustar el ingreso a las posibilidades reales de las universidades, esos datos conspiran contra la inclusión social, política y cultural de los jóvenes, en un momento especialmente favorable desde el punto de vista demográfico, según dicen los especialistas internacionales (OCDE/Cepal/CAF, 2016).
Existen sólidos argumentos económicos y sociales para aspirar a que todos los jóvenes adquieran las competencias necesarias tanto para el mercado laboral, cuanto para desarrollar una vida humana en plenitud. La ley Avelino Siñani establece que la educación secundaria permite identificar “las vocaciones para continuar estudios superiores o incorporarse a las actividades socio-productivas” (Art. 14). Pero, también, la proclama “integral… espiritual, ética, moral…”. En ambas dimensiones, el impacto de los jóvenes es decisivo sobre el desarrollo y el progreso de Bolivia.
El país, con esos tan buenos propósitos, podría aprovechar, como casi ningún otro en la región, el bono demográfico (hasta 2050, señalan expertos) para mejorar su desempeño económico y su desarrollo humano. Claro, esto no será un efecto automático de aquel bono, sino que dependerá de las inversiones que el Estado y el sector privado realicen en la formación de sus ciudadanos, en la generación de trabajo digno para ellos y en la creación de oportunidades para que ejerzan plenamente su ciudadanía.
Compleja la situación de la universidad en este campo y no pretendo abordar ese tema, pero sí tomar pie en los resultados de las pruebas de ingreso para colocar la mirada en el bachillerato. Estando claros que la universidad no es el destino único de quienes logran graduarse en ese nivel educativo.
Algunas estadísticas podrían inducir al engaño, por ejemplo las que indican que las menores tasas de desempleo en América Latina se registran en los países más pobres, como el Estado Plurinacional de Bolivia, Guatemala y Honduras. No basta con exhibir bajas tasas de desempleo, pues ese dato refleja la necesidad que tienen muchas personas de aceptar cualquier empleo que puedan encontrar, o de trabajar en el hogar, por fuera de la fuerza laboral. Con lo que podemos ir pensando qué podría ocurrir con una buena parte de los dos tercios de bachilleres que no calificaron para ingresar en la universidad…
Pero ¡ojo! La escuela y el bachillerato no son para producir solamente trabajadores, sino para aprender a vivir bien. Y eso no tiene exámenes como el de ingreso a la universidad. Más allá del empleo, la juventud necesita otras oportunidades. Al buen vivir se ingresa con salud, salud mental (a escala mundial, cerca del 20% de los jóvenes sufre algún problema en ese aspecto), creación y disfrute del arte, participación ciudadana y compromiso político. Los votantes jóvenes aumentan hoy en día. El Latinobarómetro reporta que en la última elección presidencial en Bolivia votó el 60% de los jóvenes, 10 puntos porcentuales más de lo que ocurriera en la anterior.
El resultado de las pruebas invita a pensar, pues, en algo más que el ingreso a la universidad. Pero ofrece, también, la oportunidad de retroalimentar al sistema educativo sobre las deficiencias que los estudiantes mostraron en las pruebas de ingreso. No pareciera que esto se esté utilizando para producir modificaciones pedagógicas y didácticas en el bachillerato.
Podría ser de interés de la universidad y del Ministerio de Educación un análisis conjunto de los resultados de las pruebas, para investigar cuáles son los conceptos y las competencias que menos dominan los estudiantes que se someten a ellas.
El autor es doctor en Ciencias de la Educación.
jorge.riverap@tigomail.cr
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