Filemón Escóbar, in memoriam
A un año de su partida de este mundo, queremos recordar con cariño y admiración a Filipo, como se lo conocía familiarmente. Ese ser humano excepcional, ese vendaval caracterizado por su integridad, por su inclaudicable lucha y su honestidad.
Nació un 26 de octubre de 1936, en Uncía y le tocó vivir una vida intensa sin duda, clásica de los personajes que perduran en la historia y que brillan precisamente por las vicisitudes que la vida les presenta. A la edad de siete años, al morir su mamá, vivió en el internado Méndez Arcos, salió de allí a los 17 años para cursar el servicio militar y luego irse a las minas. Se convirtió en dirigente minero, en aquella época de grandes maestros, y cuando la política estaba empapada de ética, valores, se discutían ideas y los argumentos valían. Le tocó vivir momentos difíciles, de dictadura, exilios, cárcel, torturas, épocas de clandestinidad.
Uno de los grandes hitos que marcó su acción, fue el protagonismo que tuvo el año 1986, “En la marcha por la vida” junto a Simón Reyes. Años después transitó hacia el Chapare, zona en la que apostó por las nuevas organizaciones campesino-indígenas.
Desde abajo como un simple minero de interior mina, o desde la dirigencia obrera, la diputación o senaduría, con el cable a tierra, sin dejarse seducir por el poder, siempre fue el mismo. Ahí radica una de las claves para no haberse doblegado ante nadie, ser coherente y perseverante consigo mismo, aunque esto cueste la marginación. La referencia moral, ética y su consecuencia eran inquebrantables e innegociables.
Íntegro, insobornable, luchador, honrado, solidario y amoroso con su familia, no existen palabras más cabales para recordarlo. De esta tierra, se nos fue Filipo, en la casa a nosotros se nos fue papá, “el flaquito”, o “el Papá Abu” como lo llamaban sus nietos y nietas. Un seis de junio a las nueve de la noche, mientras veíamos la televisión, se fue apagando sin sufrimientos, como tenía que ser su viaje con la parca, tranquilo, en paz. Se fue en cuerpo, se quedó no sólo su recuerdo, sino su energía, su ajayu, que estará para siempre y de modo especial en las noches familiares de primer viernes alrededor de la qoa. Se dice que no es depende del azar con qué personas con las que nos topamos en la vida, de tal modo que quienes convivimos y conocimos a ese “vendaval” debemos alegrarnos de tener la suerte de haber absorbido la vitalidad, solidaridad, ética y fortaleza que Filipo emanaba.
La autora es socióloga y antropóloga
Columnas de GABRIELA CANEDO VÁSQUEZ