Evo y un país de paradojas
El Gobierno nos ha conducido a la creación de un sistema político y social de grandes paradojas. La mala administración gubernamental, basada solo en los impulsos del Presidente y de sus ministros, ha generado terribles contradicciones.
Veamos algunas de ellas:
Evo Morales decidió gastar 150 millones de dólares en tres centros integrales de medicina nuclear, para combatir el cáncer, pero la salud pública no tiene un solo acelerador lineal, que cuesta cuatro millones de dólares, para quienes tienen esa enfermedad,.
Tenemos un nuevo aeropuerto en Chimoré, que no usa nadie, pero la carretera al Chapare, utilizada por miles de transportistas cada día, está hecha un desastre. Tiene cientos de profundos huecos.
Fue inaugurado un “aeropuerto internacional”,también sin pasajeros, en Oruro, pero esa ciudad no pudo atender a 43 heridos de la explosión de carnaval. Sus hospitales “colapsaron”.
El país firmó un acuerdo con el gobierno dictatorial de Bielorrusia para fabricar armas en Bolivia, y sin embargo no puede darles alimento decente, ni seguridad, a los miles de conscriptos que hacen su servicio militar cada año.
Pese a su demostrada inutilidad, el Gobierno ha gastado 3.400 millones de bolivianos en canchas y recintos deportivos entre 2007 y 2016, pero solo 734 millones de bolivianos en proyectos de salud.
El Gobierno gastó 500 millones de dólares en organización y obras de infraestructura para los Juegos Suramericanos, pero solo destinó 571.000 dólares (el 0,1%) en los atletas. Bolivia ganó menos medallas que en 1978 y 1990.
Morales contrató al gobierno ruso para construir el Centro Nuclear de El Alto, en 318 millones de dólares, que incluye un centro de ciclotrón-radiofarmacia, una planta multipropósito de irradiación, un reactor nuclear de investigación y un laboratorio de investigaciones. Pero en esa ciudad el 90% de la población (casi un millón de personas) no tiene seguro de salud.
El Presidente, Vicepresidente y ministros tienen tres aviones privados para su uso exclusivo, mientras no existe un solo avión ambulancia para beneficio de la población.
El país no tiene helicópteros para enfrentar incendios forestales, pero el Presidente tiene a su disposición, para uso privado, a tres de ellos.
En su nuevo palacio, la suite presidencial tiene 1.068 metros cuadrados de superficie, que incluye sala de masajes, pero en La Paz solo hay 12 camas para atender a niños quemados en el Hospital del Niño.
Morales autorizó que se gastaran 470 millones de bolivianos en la sede del Parlamento de Unasur, cuyos “legisladores” se reúnen sólo dos veces al año (y ha perdido a sus países más importantes), pero la UMSS no tiene ambientes adecuados para investigaciones de física, química, mecánica y otras.
El Ejecutivo ordenó construir un estadio en la selva de Chimoré, que no tiene espectadores, pero en el Chapare no se logra eliminar la desnutrición infantil ni la mortalidad materna.
Evo quiso tener un museo para sí mismo en el altiplano orureño, a un costo de siete millones de dólares, pero el país no cuenta con un museo de culturas precolombinas.
El Gobierno mandó a hacer una planta de urea, en 1.000 millones de dólares, que está todo el tiempo detenida, pero Bolivia no cuenta con apropiados centros para la producción de quinua (que generarían mucho más empleo a un 5% del costo de la planta).
¿Por qué sucede todo esto? Por tres motivos, según mi entender. Primero, por el hecho de que Morales cree que el desarrollo debe “verse”, que el cemento es sinónimo de progreso. Lo que “no se ve”, cree Morales, no tiene importancia.
La segunda razón es que es mucho más fácil emitir un decreto supremo y dar, en invitación directa, la construcción de un estadio o un nuevo Palacio. Las reformas trascendentales son muy difíciles de encarar. Por eso los cambios en el sector de la salud, por ejemplo, o en el de Justicia, no han sido intentados. Peor aún la diversificación de la economía o el diseño de un modelo de desarrollo sostenible.
Finalmente, porque nadie puede contradecir a Su Excelencia. Su entorno, tanto por temor y por interés en mantener las pegas, nunca refuta al Presidente. Más bien, por el contrario, parece alentarlo. Por eso Morales, con paciencia, está logrando que Bolivia sea un país de estadios sin público, aeropuertos sin pasajeros, plantas de azúcar sin caña, centros de alto rendimiento sin atletas, fábricas de urea sin urea. A un costo de miles de millones de dólares. Otros liderazgos, más inteligentes y creativos, podrían haber usado ese sideral monto de dinero en mejores planes. No pudo ser.
El autor es periodista
Columnas de RAÚL PEÑARANDA U.