Más ideas sobre equidad
En el anterior artículo propuse que no tenemos claro qué queremos decir con equidad y tampoco sabemos claramente con qué parámetro medir el avance de esa equidad. ¿Se trata de lograr una igualdad jurídica, una igualdad en la representación pública, de una igualdad de intereses? ¿Se puede tener todas estas perspectivas al mismo tiempo y con los mismos medios?
Hoy quisiera proponer además otro problema que hay que enfrentar si lo que se quiere es diseñar políticas públicas que permitan una mayor inclusión y equidad: ¿en qué datos, en qué evidencia, nos apoyamos a la hora de proponer esas políticas?
Hay muchas causas distintas por las que la sociedad se organizó en una estructura con grandes desigualdades y diferencias. Pero de todas ellas, muchas que no tienen un gran efecto y pocas causas que son realmente importantes y que generan la mayor parte de la diferencia entre las personas. En muchas de las propuestas políticas e ideológicas que están en el “mercado de ideas” hay una suposición de cuáles son estas causas fundamentales, pero no se presentan las pruebas empíricas de que tengan una gran influencia. En muchos casos, se trata de ideas abstractas acompañadas por soluciones también abstractas, por lo que resultan más bien poco útiles para definir logros, propuestas concretas, indicadores, etc.
Para lograr un cambio real es necesario construir políticas a partir de la evidencia: se necesita un acercamiento más objetivo y con un pensamiento complejo a la realidad. Es fundamental, para este acercamiento, el acceso a información real del funcionamiento del Estado y de las instituciones públicas, con un acceso a datos de estadísticas actualizados y pertinentes.
Pero hay algo más: para saber qué información puede resultar más útil, es necesario poner en discusión las propuestas de qué es equidad y el modo en que la queremos obtener, recordando que hay que desconfiar de cualquiera que espere que se logre una mayor inclusión de forma fácil, rápida y sin tomar en cuenta a toda la población, inclusive a quienes antes estuvieron en el poder, inclusive (o, más bien, sobre todo) aquellos con los que no se está de acuerdo.
Cualquier proyecto que se diga inclusivo y que no considere los deseos, intereses, necesidades y visión de aquellos con los que se tienen las más profundas diferencias ideológicas, no es –finalmente– inclusivo. De otro modo, habrá un alto costo social sin la garantía de que se pueda obtener la deseada equidad, pudiendo, en esta búsqueda, perder también algunas de las libertades y derechos que tanto costó alcanzar.
La autora es escritora.
Columnas de CECILIA DE MARCHI MOYANO