El rosario de Pontifex
Debe ser uno de los personajes más controvertidos del momento. También lo era antes a asumir la conducción suprema de la Iglesia católica cuando se desempeñaba como obispo de Buenos Aires y cuando en época de dictadura, se dice tuvo una actuación poco gratificante con relación a su condición de sacerdote.
Lo cierto es que Bergoglio tiene una faceta que lo diferencia de sus antecesores no sólo en cuanto a la percepción del papado como institución, sino al rol de la Iglesia en su papel evangelizador. Visión y objetivos diversos, con un añadido: existe en el pensamiento del Papa una carga ideológica de la que no ha podido abstraerse desde que asumió el cargo vitalicio, al punto que su notorio gesto político queda traducido en la mayoría de sus intervenciones de forma palmaria. Ese gesto, gusta a unos, molesta a otros. Hay quienes consideran que incluso tiene un doble discurso cuando se trata de sostener a regímenes con los cuales simpatiza y, muchas veces, sin disimulo. Pienso lo mismo.
No una sino varias han sido las ocasiones en las que solo faltaba luzca la boina roja del chavismo, esa que para una inmensa mayoría en el mundo es el estereotipo del populismo en su vertiente fascista. Y si bien el Vaticano como Estado por un lado, y la Iglesia católica por otro, traen inmersa una fuerte dosis de manejo y gestión política (no partidaria en términos tradicionales), no menos cierto es que bajo el pontificado de Francisco las tendencias se han inclinado por caminos poco recomendables.
Nada se dice o se dice muy poco o con demasiado soslayo, sobre las matanzas de más de un centenar de nicaragüenses a manos de un matrimonio encaramado en el poder bajo rótulo presidencial y vicepresidencial. Menos se opina y con la contundencia y frecuencia que el caso lo amerita, de Venezuela y del drama de millones de seres humanos que a diario padecen atrocidades difíciles de asimilar.
Eso sí, cuando Lula es condenado en el marco de una investigación que ha dado cuenta de que cometió delito, tampoco se dice nada (es aliado, no lo olvidemos) y en cambio, se comenta que a través de un activista social argentino de nombre Juan Grabois, presentado por algunos medios como asesor del Papa para asuntos de Justicia y Paz, se le llevó un rosario en un gesto que en términos normales sería compasivo y humano, pero en lenguaje político –tan propio del Papa–es nada más que la confirmación de ese nexo que une a los que profesan una corriente ideológica que tiende a desaparecer.
Ahora bien, ninguno de los antecesores del Papa perdió el sentido de merituación del cargo y de la discreción respecto a probables o quizá naturales inclinaciones ideológicas. Que curas y sacerdotes se deben a Dios, la religión y el apostolado, es una máxima indiscutible en la que los hechos nos mostraron que nunca se dejó de lado que servidores de Dios se adscriban con cierto disimulo a proyectos políticos allá donde calaban. Lo sabíamos. Pero de ahí a que sea la cabeza de la Iglesia la que se incline a asumir posturas contaminadas con pensamientos ideológicos sea del color que fuere, es algo que cuando menos requiere de un cambio de actitud que no solo cuide las apariencias como con la esposa del César, sino que se asuma un compromiso con el apostolado más allá de quienes son los que gobiernan las naciones. Y si coincidimos que en el Vaticano hay un Papa no solo político, sino uno abiertamente afín al socialismo del siglo XXI, entonces podemos comprender por qué gusta y se hace uso de la grandilocuencia insulsa del proyecto socialista, de la banalidad del discurso, de la demagogia de sus interlocutores y del despilfarro dinerario a costa de la falta de información de la gente de más escasos recursos, de aquella por la cual a título de muletiila de pobreza o discriminación, se cometen irregularidades de todo orden. Es el papado en una expresión diferente que no gusta y que merece cambios de timón.
El autor es abogado.
Columnas de CAYO SALINAS