Apuntes sobre el Mundial
Hay un “efecto colateral” que nos deja el Mundial Rusia 2018. Uno de esos son las notas publicadas acerca del encuentro deportivo y que tiene que ver con la ortografía. Resulta que una de las editoras de The New York Times en Español, que tiene su sede en Ciudad de México, Paulina Chavira, notó el año pasado que los apellidos impresos en las camisetas (playeras) de los jugadores de la selección mexicana no llevaban tilde en los apellidos. Por ejemplo, HERNANDEZ iba sin tilde. Esta influyente editora escribió su descontento en su cuenta de Twitter y se generó toda una discusión al respecto.
Un sector se conformó en el equipo que defendía que en letras mayúsculas no se coloca la tilde y se apuntó un tanto en la cancha. Chavira y otros académicos conformaron otro equipo y argumentaron que dicha omisión venía del tiempo de cuando las máquinas de escribir carecían del equipamiento para colocar las tildes en letras mayúsculas, lo que hoy eso es insostenible, pues ahora se puede acentuar las mayúsculas con cualquier programa de procesamiento de textos. Se apuntaron otro tanto y quedaron con el marcador igualado.
Otras voces se sumaron al equipo de no-tildes y señalaron que no hay tal ortografía, que es cuestión de cómo se haya asentado en el registro respectivo. Aventajaron a los académicos y marcaron un tanto más. El equipo en desventaja contraatacó con que rigen las normas ortográficas correspondientes. Por ejemplo, Juan no lleva tilde porque es un solo golpe de voz. Luis tampoco porque el grupo ui se cuenta como una sola sílaba para efectos de tilde (García Linera, lea esto de las sílabas). Beatriz se escribe sin tilde porque es palabra aguda terminada en zeta; en cambio, Raúl, Esaú, Eloísa, María son hiatos y por eso deben tildarse. El marcador volvió a quedar con cifras igualadas.
En cuanto a los apellidos (o patronímicos) tampoco debería haber tal situación caótica de escribir Valdés o Valdez. El equipo de Chavira desempolvó la etimología de los apellidos y dejaron en claro que sí tienen ortografía. Aunque se repita de generación en generación que uno puede escribir los nombres propios a su arbitrio, su inventiva, su humor, lo cierto es que tienen ortografía. Por otro lado, se señaló que los apellidos tales como Rodríguez, Pérez, etc., se escriben con tilde por ser palabra grave terminada en zeta y porque quieren decir “descendiente de”. El caso de Valdés es paradigmático, porque quiere decir “valle en forma de ese (s)” y no de zeta.
En fin, discusiones aparte en los foros, la cuestión es que el equipo de la editora del The New York Times en Español ganó. Como resultado de la crítica, los responsables de la selección mexicana de fútbol remediaron el error incluso antes del primer partido y volvieron a imprimir las camisetas donde se podía leer, por ejemplo: HERNÁNDEZ.
En nuestro país reina el más absoluto caos al respecto. Los padres se inventan nombres o a los ya existentes, sobre todo si son femeninos, les añaden todas las haches posibles. Marta, Nora, Rut ahora son Martha, Norah, Ruth. Habrá un momento en que tengamos Jaimeh, Pedroh. Pero no se detiene ahí. Los hay Enrrique, Monrroy, cuando en inicial o en interior de palabra entre consonantes debería ir con una sola ere (r).
De momento, prescindiendo del abanico de posibilidades y aun suponiendo que un notario culto y bien letrado haya asentado en la respectiva partida de nacimiento en forma correcta, en la institución estatal de nuestro país, las tildes mágicamente desaparecen. Todos son Andres, Raul, Lizarraga, Ascarraga, etc. ¿La razón? No hay modo, dicen, de colocar tildes. Mentira, eso era en máquinas de escribir.
Y, con ese error en el carnet de identidad, luego se registran los títulos de bachiller, profesional, etc. El error se va extendiendo y se perpetúa en la siguiente generación. Total, parece que no es cosa de importancia. México no lo ha creído así y sus directivos han corregido el error mandando un potente mensaje de que, aunque vayan a ser desclasificados del mundial de fútbol, la ortografía es digna de ser tomada en cuenta.
La autora es comunicadora social
Columnas de SONIA CASTRO ESCALANTE