Eliana y compañeros
En parte siguiendo la desalentadora idea hobbesiana de que el ser humano no es un modelo de virtudes, se creó el Estado, un ente comprendido cual regulador de la convivencia social. La columna vertebral del Estado estaría compuesta por instituciones que, se supone, hacen viable esa convivencia, sin que ella se convierta en una encarnizada masacre de unos contra otros.
Aunque el ideal estatal de Hobbes se imprimía en una monarquía elitista, las ideas de la ilustración y del liberalismo clásico reeditaron el modelo de la polis griega y dieron lugar a las democracias modernas basadas en la premisa de la igualdad de los ciudadanos, a quienes la institucionalidad del Estado sirve de soporte y protección. Y si bien el extender esos derechos a los colectivos históricamente oprimidos (mujeres, grupos étnicos, trabajadores, etc.) ha costado y sigue costando sangre, sudor y lágrimas, uno pensaría que en América Latina nuestras jóvenes y enclenques democracias están madurando. ¡Ello hasta que nos salpica la desoladora evidencia de que los ciudadanos conscientes frente a la construcción del futuro colectivo, no sólo se encuentran desprotegidos y huérfanos frente al resguardo institucional, sino que esa misma institucionalidad, en no pocas ocasiones, se ensaña contra ellos para castigar la “osadía” de ejercer ciudadanía activa!
Eso es exactamente lo que está sucediendo con Eliana Torrico y otros compañeros del Colectivo Árbol de Santa Cruz, medioambientalistas y ciudadanos penalizados ¡por defender a un árbol!
Al igual que en Cochabamba y otras ciudades y municipios de Bolivia, Santa Cruz es víctima de la irresponsabilidad ambiental colectiva y por una concepción pueblerina, traumada y destructiva de “desarrollo” que domina a la gestión pública y a la mentalidad de parte de su población. En consecuencia, un entorno ecológico generoso, diverso y sorprendente está siendo convertido en una sofocante selva de cemento y asfalto. Uno de los síntomas más terribles de aquello es el trato que se brinda los árboles, seres que, por sus beneficios ambientales, deberían ser hasta “venerados” por los seres humanos (tal vez sería muy diferente este valle de lágrimas si en lugar de “adorar” a dioses abstractos, punitivos y autoritarios, se hiciera cuestión de fe el respeto a la naturaleza).
No obstante, al primar una cultura política ignorante, miope, usurera, la situación suele ser exactamente la contraria: sobrevivimos en el meollo de nuestra propia mugre, revolviéndonos en los ríos que ensuciamos, en los parajes pelados que arrasamos, en el aire malsano que respiramos, en el agua contaminada que bebemos. Y en semejantes condiciones, ¿les extraña que existan ciudadanos que se movilicen para defender su calidad de vida y resguardar el bien común?
El Colectivo Árbol de Santa Cruz tomó la iniciativa en Bolivia en la defensa de los árboles urbanos. Gracias a ellos, ciudadanos de otras ciudades y municipios del país nos hemos sumado a una lucha justa y obvia. Por ende, los compañeros del Colectivo Árbol deberían ser premiados y tomados como ejemplo; como baluarte de la ciudadanía activa; de solidaridad, sacrificio y entrega en la protección de lo que nos pertenece a todos; como prototipo de sensibilidad, inteligencia y sabiduría en lo que respecta al rol del ser humano en un planeta que no le pertenece.
Pero no, tal parece que aquello es demasiado pedir en un contexto donde rige el mundo al revés y en el que nos hemos acostumbrado a ver llenos de guirnaldas a los dechados de corrupción, mezquindad, jugarretas sucias, mientras la gente honesta, valerosa y justa pretende ser escarmentada de la forma más infame.
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA