El desafío del diálogo
Una amiga periodista propuso en su muro de Facebook esta pregunta: si pudieras hacer una entrevista a un homófobo, ¿qué le preguntarías? Este artículo es un intento de respuesta.
Primero, no es tan simple cambiar puntos de vista con argumentos. Nuestras certezas suelen estar muy ligadas a cuestiones emocionales y no tanto a cuestiones racionales. De hecho, en muchos estudios se ha encontrado que cuando nos enfrentamos a nueva información (sobre todo a aquella que contrasta más con nuestros puntos de vista), las áreas cerebrales que entran en funcionamiento no son las encargadas de los razonamientos lógicos sino aquellas encargadas de la gestión de emociones. Es decir: no somos seres racionales, sino que razonamos a partir de las emociones. Aceptaremos o no ideas en función a cómo estas nos hagan sentir, independientemente de las razones.
Nuestra forma de entender el mundo está condicionada por nuestro grupo de referencia. Nuestras creencias vienen recubiertas de una búsqueda del bien superior, del bien común, por lo que es normal que compartamos puntos de vista e ideas con nuestros amigos y entorno; y es muy difícil que podamos cambiar de opinión sin que el entorno cambie también. Cambiar de ideas puede entenderse como una traición al grupo y, para mantener una sensación de pertenencia, somos capaces de aceptar algunas opiniones no solo controversiales sino incluso absurdas.
Ahora bien, si es tan difícil cambiar de ideas, si cada uno de nosotros está convencido de que sus opiniones son aquellas que representan y buscan el bien común, ¿cómo podemos lograr que el otro cambie de puntos de vista? Y más, ¿puedo yo cambiar de punto de vista?
Quizás un primer paso para lograr un cambio y una mayor apertura a otras ideas sea no subestimar al otro. Que otra persona no comparta nuestros valores y puntos de vista no la hace mala o tonta.
Ya regresando a la primera pregunta, a la planteada por la periodista: quizás antes de hacer una pregunta a una persona que piensa distinto a nosotros, lo que deberíamos preguntarnos es qué queremos lograr con ello. ¿Queremos confirmar que nuestro punto de vista es el correcto, demostrar que el otro es tonto o buscar una conexión? ¿Nos interesa conocer qué motiva, qué está debajo de las opiniones del otro o solamente justificar las nuestras?
Quizá si nuestra intención cambia, si probamos a entender las emociones que se encuentran en la raíz de las opiniones del otro podamos sacar nuevas conclusiones que mejoren la cohesión social, permitan una apertura real al diálogo y logren ampliar las fronteras de la inclusión.
La autora es escritora.
Columnas de CECILIA DE MARCHI MOYANO