Las lecciones de una revancha
Un periodista boliviano de televisión, que tuvo a su cargo los relatos de los partidos del Mundial, mereció un aluvión de críticas manifestadas por las redes sociales. Las críticas le reprochaban lo forzado de su voz, las imprecisiones de su discurso y su deficiente articulación de las palabras, lo que impedía que se lo comprenda bien. Todo ello, sazonado con adjetivos de variado mal gusto.
El Mundial duró un mes, casi 30 días de partidos y de narraciones y de críticas. Un mes parece ser un tiempo suficiente para enmendar fallas cometidas al principio y mejorar la prestación en base a lo rescatable de las críticas. Pero esa posible mejora no aconteció, a juzgar por la persistencia de las críticas, tanto en su número como en su contenido.
Al final, es decir en su último programa mundialista, el criticado periodista se refiere por fin a las críticas, con un discurso que permite preguntarse cuánta razón tenían quienes lo criticaron. “Quiero creer que fue un momento de descontrol, porque idiota es el que escribe de alguien porque no tiene nada más que hacer (…), pero más idiota sería el que consume, el que comparte, ése es más idiota todavía”, dice el periodista.
Triste fin de un trance que pudo tomar un rumbo mucho más edificante. Pero aquí —y en especial ahora que expresarse en las redes sociales está al alcance de todo el mundo— hay una lección que rescatar para quienes ejercemos el oficio de comunicar: sin autocrítica, sin la atención profesional y desapasionada a las reacciones de nuestros receptores, jamás habrá buen periodismo.
Periodista de los Tiempos
Columnas de Norman Chinchilla